sábado, 10 de agosto de 2013

ENCUENTRO3


ENCUENTRO1


CAPÍTULO I


DE JUDIOS, CRISTIANOS Y MUSULMANES

        

         INTRODUCCIÓN

         Del 23 al 27 de julio del año 2007 se celebró en el real monasterio de Santo Tomás de Ávila, España, un encuentro histórico sobre judaísmo, cristianismo e islam, titulado: "Las tres religiones monoteístas". Dirigieron el encuentro Felicísimo Martínez, O.P, y Marcos Ruíz, O.P, con el patrocinio de la Junta de Castilla y León y de las universidades de Salamanca, Valladolid, León, Burgos y Pontificia de Salamanca. Dada la importancia histórica del evento y su significado ecuménico me ha parecido oportuno reunir aquí las crónicas que yo mismo hice sobre el mismo en la revista Studium 47 (2007/3) y 48 (2008/3). Como complemento he añadido el capítulo tercero en el que desarrollo el contenido de mi ponencia del año anterior acerca de las diversas percepciones de la figura de Jesús de Nazaret dentro del cristianismo. Estos textos han sido perfeccionados, actualizados y puntualmente enriquecidos convencido de que, así reunidos en un pequeño libro, queda más destacado el significado actual de su contenido. Dada la naturaleza del tema, considero útil hacer algunas aclaraciones sobre el título del libro.

         Los judíos son denominados así por su vinculación histórica con la tribu de Judá, de la que da cuenta la Biblia. Se habla también de israelitas y hebreos por su vinculación histórica con Israel y el patriarca Abraham. Este venerable patriarca bíblico es la clave histórica de la religión judía, nos remonta en el tiempo a cuatro mil años antes de Cristo y es considerado como el “padre común en la fe” de judíos, cristianos y musulmanes. Del tronco de la fe judía en Dios y de la esperanza bíblica en un mesías redentor surgió Cristo hace más de 2000 años y sus seguidores fueron denominados “cristianos” en Antioquía en el siglo primero de la era cristiana. Los musulmanes llegaron más tarde, en siglo VI de la era cristiana, liderados por Mahoma. Los calificativos de islámico, musulmán o mahometano se refieren a todo lo relacionado con la religión fundada por Mahoma y profesada por la mayoría de los árabes, así llamados por su origen étnico y geográfico de Arabia. De ahí que el ser de origen árabe no significa profesar necesariamente la religión de Mahoma, si bien la mayor parte de los árabes actualmente son mahometanos. He elegido el término musulmanes y no mahometanos en atención a aquellos seguidores de Mahoma que descartan por completo que su fundador estuviera dotado de cualidad alguna divina.

 

CAPÍTULO I

JUDAÍSMO, CRISTIANISMO E ISLAM

         1. ¿Por qué las tres grandes religiones monoteístas?

         La religión, por su propia naturaleza, no puede ser relegada a un asunto de la vida privada de los creyentes como se ha venido haciendo desde la revolución francesa hasta nuestros días. Por otra parte, la cultura occidental resulta incomprensible sin referencia a las grandes tradiciones religiosas monoteístas. La historia debe ser reflejo de la realidad y no de intereses políticos coyunturales. La no confesionalidad de los regímenes políticos no significa que las creencias religiosas dejen de ser un asunto público que afecta socialmente a todos, creyentes y no creyentes. Y más aún si tenemos en cuenta que aún existen regímenes políticos bien consolidados en los que lo religioso y lo político se implican mutuamente. La pretensión, por tanto, de reducir la dimensión religiosa del hombre al ámbito exclusivo de la vida íntima y personal sin repercusión en la vida pública es un engaño y en algunos casos una forma más de violencia institucionalizada. Como lo es también la pretensión de imponer las creencias religiosas mediante la coacción moral o política. Por otra parte, en el seno del judaísmo, del cristianismo y del islam se aprecian fallos internos importantes que impiden a sus seguidores el poderse expresar con libertad responsable sin ser de alguna manera marginados, mal vistos e incluso maltratados. El tema de la libertad religiosa personal no afecta sólo a las relaciones del creyente y la autoridad pública civil. Afecta mucho antes a las relaciones entre los fieles de una denominada confesión religiosa y sus autoridades y de las diversas denominaciones religiosas entre sí. Todo lo cual tiene repercusiones inevitables, a veces dramáticas, en la vida pública.

         De ahí la conveniencia de crear foros de diálogo abierto sobre la religión y su incidencia en la vida social y política. Los buscadores de verdad necesitan urgentemente encontrar espacios donde poder expresar en público libremente lo que piensan y creen sin miedo a ser castigados, señalados o excomulgados por las autoridades religiosas o políticas. Eso sí, entiendo que la libertad de expresión, para que sea saludable, tiene que ser responsable, lo cual significa uso razonable de la libertad. No es razonable, por ejemplo, que neguemos a los demás la libertad de expresión que reclamamos para nosotros mismos. Aquí no vale la ley del embudo: para mí lo ancho y para ti lo estrecho. Por lo mismo, el súbdito religioso, que expresa libre y razonablemente sus dudas sobre la validez de una creencia o práctica religiosa concreta, debe aceptar con el mismo criterio las críticas de parte de quienes crean o piensen lo contrario. La regla de oro es  que ni superiores ni súbditos impongan a nadie sus creencias o convicciones mediante el engaño, la coacción moral o física. Pero, insisto, el hecho religioso trasciende por su propia naturaleza a la vida íntima y privada y de ahí el interés e importancia de analizarlo y discutirlo a cara descubierta con la esperanza de que ello ayude a paliar los gravísimos problemas que están perturbando la convivencia social y política en la primera década del siglo XXI. Así las cosas, parece obvio que el hecho religioso no pueda dejar indiferente a nadie y menos aún a las tres grandes religiones monoteístas que son el judaísmo, el cristianismo y el islam.

         2. El hecho religioso y su incidencia en el ámbito cultural, ético y político

         La presentación de esta ponencia troncal corrió a cargo del Dr. D. Juan Martín Velasco, profesor de Fenomenología de la Religión. Dedicó la primera parte al análisis de la génesis de la categoría del “hecho religioso” desde la fenomenología de la religión. Los hechos no se pueden negar o pasar de ellos como si no existieran y es un hecho contundente que a lo largo de la historia de la humanidad hasta nuestros días los seres humanos se han expresado y siguen expresándose en categorías religiosas más o menos explícitas. El fenómeno religioso tiene su propia estructura y para demostrarlo el ponente hizo un análisis objetivo y realista de tres categorías fundamentales que aparecen en todas las manifestaciones religiosas: 1) Lo Sagrado, para designar el mundo humano específico en el que se inscriben todas las religiones. 2) El Misterio, como realidad central del mundo de lo sagrado que genera la actitud religiosa, y 3) La función de los mediadores y las mediaciones en la infraestructura de las religiones. Con lo cual preparó el terreno para describir el significado esencial de la religión para los seres humanos.

         En la segunda parte habló sobre el hecho religioso a lo largo y tendido de la historia de la humanidad, destacando los diversos indicios de su presencia, las diversas formas de expresarse en la sociedad y la cultura así como sus etapas más significativas, desde el pansacralismo de las culturas arcaicas hasta lo sagrado como factor estructural de la cultura hasta nuestros días, incluso cuando en la cultura occidental, sobre todo europea, tiene lugar un proceso de secularización sostenido y amenazante. Ante lo cual la presencia de las religiones en el mundo europeo constituye un reto muy serio. Me parece oportuno aclarar que el término secularización en el ámbito religioso se refiere al predominio de una cultura en la que la vida de las personas es considerada sólo como seres proyectados totalmente sobre el tiempo en este mundo sin referencia a Dios y a los valores que trascienden al tiempo y al espacio. Es obvio que desde esta perspectiva limitada a la temporalidad queda poco o ningún margen para los sentimientos religiosos radicados en Dios, que es el punto de encuentro de todas las religiones, independientemente del concepto o idea que de Él tengan los creyentes.

         Desde la fenomenología de las religiones se aprecia un fondo común a todas ellas. Por ejemplo, las categorías de lo sagrado y del misterio, las mediaciones y el sentido de la trascendencia. Por otra parte, el hecho religioso va más allá del concepto filosófico de Dios. El Dios de la filosofía, meramente conceptual, no parece coincidir con el Dios de las religiones en las que predomina lo sagrado sobre lo conceptual y nos lleva a cambiar totalmente la forma de relación con la realidad. Ante lo sagrado el hombre se descubre, se arrodilla o se queda extasiado con la boca abierta. Se produce una ruptura del nivel existencial. En el mundo de lo sagrado el hombre tiene la impresión de que se juega su vida y el sentido de la misma. O sea, su salvación. Toda persona religiosa tiene la sensación de que entra en relación o contacto con algo anterior y superior a ella. Es lo que denominamos sentido de la trascendencia.

         Mediante el misterio, común a todas las religiones, los seres humanos se adentran en el mundo de lo sagrado. O sea, en el mundo de lo invisible que se encuentra más allá de nosotros mismos. Trascendencia que no significa lejanía ni simple inmanencia. No es lejana ya que está dentro de nosotros. Y no es pura inmanencia porque esa realidad misteriosa trascendente es más íntima que nuestro propio yo. La categoría religiosa del misterio da lugar a una forma peculiar de existencia humana. El sujeto religioso, en efecto, al sentir la presencia del misterio dentro de sí inicia la búsqueda de Dios como respuesta. No hay vida religiosa sin respuesta al misterio. Por ejemplo, rechazando esa presencia o tratándolo como un mero objeto. Religiosamente hablando Dios no puede ser tratado como un objeto frente al cual el hombre pasa de largo o lo reduce a un mero objeto más de observación. El centro crucial de relación es Dios y no el hombre con todas las consecuencias prácticas que esto lleva consigo.

         Por último, en todas las religiones hay que contar con los mediadores y las mediaciones. Los líderes religiosos, que a lo largo de la historia administran, gobiernan y dirigen espiritualmente a sus fieles, son siempre seres humanos. Las mediaciones son obra de hombres y de sus diversas percepciones del hecho religioso surge la diversidad de religiones históricamente identificables. Las mediaciones son necesarias en este mundo pero tienen inconvenientes que hay que superar mediante la experiencia personal del misterio a lo largo de la vida. Las mediaciones son estructuras religiosas en las que descubrimos a Dios siempre y cuando dichas estructuras no sean absolutizadas. Por ejemplo, la reflexión teológica en las religiones monoteístas y sus estructuras sociales son una apoyatura importante para buscar y descubrir a Dios. Pero cuando las opiniones teológicas se dogmatizan y las estructuras eclesiales se imponen a la experiencia personal y progresiva del misterio de Dios, se crean situaciones conflictivas que históricamente han degenerado en violencias y actitudes incompatibles con el verdadero sentido religioso de la vida.

         En cualquier caso, incluso estos conflictos en el interior del cristianismo, judaísmo e islam, y entre estas tres grandes religiones monoteístas entre sí, ponen de manifiesto la importancia del recurso a la trascendencia y, consiguientemente, a Dios, como referencia común de humanidad. Se trata de algo misterioso, anterior y superior a nosotros mismos, expresado en formas religiosas y estructurales diferentes. Nos encontramos ante un rasgo consustancial a todas las religiones y que en nuestra cultura actual, sobre todo europea, se trata de excluir por todos los medios como algo no deseable. Pero el fenómeno religioso es un hecho  real que ha afectado y sigue afectando a la entraña misma del ser humano y, por lo mismo, no se lo puede tratar social y políticamente reduciéndolo a la vida privada de las personas reprimiendo su expresión pública. Las religiones han marcado directa o indirectamente a todos los líderes de la cultura. Guste o no guste, su presencia en todos los ámbitos de la cultura humana ha sido invasiva desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. La religión, además, ha impactado a todas las culturas tradicionales sobre todo en el terreno de la ética y de los hábitos morales. Las religiones han tenido siempre en común, de una u otra forma, hacer bueno al ser humano.

         Frente a este hecho, históricamente verificable, surge el imponente fenómeno moderno de la secularización. Lo cual significa la sustitución de la religión por la cultura, reducida ésta a la mera dimensión temporal de la vida sin referencia a la trascendencia. Se propugna la desvinculación total de la cultura de la religiosidad negando toda referencia a Dios. La secularización supone que Dios no es necesario ni útil para nada. Paradójicamente, sin embrago, los hechos no sancionan la previsible desaparición de la dimensión religiosa del hombre contemporáneo. Por el contrario, se puede constatar un movimiento de “desacralización” de lo temporal. Aparecen así nuevos movimientos religiosos radicales y fundamentalistas por doquier, sobre todo en USA, de inspiración cristiana, judaica e islámica. Lo que sorprende es que en Europa el proceso de secularización se encuentre en plena marcha y no de vuelta como en América.

         A la cuestión sobre cómo responder a este reto secularizador europeo en marcha Juan Martín Velasco fue muy claro. No es cuestión de impregnar la cultura europea de la presencia religiosa tratando de que la religión esté presente como lo estaba antes del proceso secularizador excluyente, sino mediante el respeto a la libertad, la dignidad de la persona humana y creando conciencia de la necesidad de que la cultura esté abierta a la trascendencia. Y todo ello por la vía de la persuasión y del razonamiento evitando cualquier tipo de imposición. En esta noble misión los cristianos en concreto no debemos renunciar a presentar la capacidad que posee el cristianismo para hacer a los hombres más felices. Las religiones monoteístas no pueden renunciar al recurso a la trascendencia y a los hábitos del corazón para superar la soledad del hombre y fortalecer el amor a la vida por sí misma. Las religiones monoteístas son un testimonio fehaciente de que el ser humano que acepta la presencia de Dios en su vida y en la cultura nunca se siente solo como en el vacío de la existencia. Como diría Santa Teresa de Ávila, al hombre auténticamente religioso sólo Dios le basta para no sentirse solo y ser feliz.

         Julio Lois suscitó la cuestión de las respuestas al reto de la secularización tal como había sido descrita. A la cuestión sobre si el universal y constante hecho religioso ha de ser tratado como un asunto propio de la vida privada, o tiene que reflejarse también en la vida y funcionamiento de las entidades públicas, respondió describiendo tres modelos alternativos, inclinándose personalmente por el tercero. El primero es el modelo dualista que aboga por la privatización absoluta de la fe religiosa. La religión no debería irrumpir en la vida pública, lo cual lleva a la propuesta de separación total entre política y religión evitando las influencias mutuas entre estas instancias. Es la postura de los que propugnan la secularización radicalizada. De religión, cuanto menos se hable, mejor. En el otro extremo se sitúan los que propugnan el espiritualismo a ultranza o fuera de razón. En resumidas cuentas, que la fe religiosa debe quedar reducida al ámbito de la vida privada con lo cual se pretende salir al paso de los espiritualismos que terminan degenerando en violencia social. El segundo modelo se denomina de subordinación ilegítima de la política a la religión, o de la religión a la política formando un todo confuso. Personalmente tengo la impresión de que este modelo sigue vigente sobre todo en los países de tradición islámica sin olvidar algunos de tradición ortodoxa. Pero este es un asunto que nos llevaría muy lejos y está fuera del marco de esta breve reseña del encuentro de las religiones monoteístas en julio del 2007 en Ávila.

         Julio Lois habló del tercer modelo considerado por él como el deseable. Según él, este modelo supone la implicación recíproca no reductiva. Lo cual significa: 1) Que la fe y la política, como demuestra la experiencia del hecho religioso, se implican irremisiblemente. Luego no es lícito reducir la fe al ámbito de lo privado. 2) La fe trasciende al compromiso político. Luego la religión debe respetar los postulados verdaderos de la racionalidad y las reglas del juego político limpio y honesto. 3) La política puede ser saludablemente fecundada por la fe religiosa desde los hábitos del corazón, como son el respeto a la vida, la libertad humana y la amistad desde la dimensión trascendente de la vida. 4) En el contexto de los hábitos del corazón la fe religiosa puede y debe influir benéficamente en la política sobre todo inculcando el respeto a los que sufren. La Pasión de Cristo puede ser un referente prioritario para ayudar a los políticos a paliar el dolor humano desde una perspectiva trascendental, que es común y connatural a las tres religiones monoteístas. Felicísimo Martínez insistió sobre el hecho religioso y la importancia del mismo para la vida humana, por más que algunos quisieran botarlo al archivo del olvido. La religión ha sido considerada por unos como el opio del pueblo y fuente de males, y por otros como fuente de esperanza y de libertad. La razón principal de estas posturas extremas es porque la dimensión religiosa del hombre aporta sentido a la vida humana. Y es fuente de sentido en la medida en que nos saca de la rutina y ordinariez de la vida proyectándonos hacia la trascendencia. Nos pone fuera de nosotros mismos frente a una realidad superior. ¿Riesgos de la religión? Por supuesto que los tiene. Uno de ellos es el tomar la religión como excusa para legitimar posturas humanas irracionales, violentas e incompatibles con la buena convivencia. Yo suelo decir lo mismo alertando tanto sobre el riesgo del fideísmo como abuso de la fe, como del racionalismo o abuso de la razón. Felicísimo recordó que para evitar estos riesgos y la religión sea realmente fuente de sentido: 1) Hay que tener en cuenta que existen otras fuentes de sentido, como la razón, además de la fe religiosa. 2) Hay que ser humildes evitando el dogmatismo o abuso de las certezas y sensibles y abiertos a la trascendencia. 3) Ser sensibles a todos los valores humanos y comprometidos con los que sufren. Estas, entre otras, serían las condiciones indispensables para comprender el hecho religioso, su importancia personal y social así como la forma de vivirlo de suerte que la fe en Dios sea fuente de sentido y de bien.

         3. El Judaísmo  

         La ponencia troncal  sobre La experiencia de Dios en el judaísmo corrió a cargo de  D. Baruc Benito Garzón, Rabino jubilado de la Sinagoga de Madrid. El judaísmo, dijo, es ante todo una experiencia de Dios. Pero ¿de qué Dios? Antes de definir los rasgos del Dios de los judíos denunció el hecho de que en nuestra cultura se está aparcando el tema de Dios rechazando cualquier referencia a la trascendencia para dar sentido a la vida. Ahora bien, no hay verdadero humanismo sin el reconocimiento del derecho humano a la trascendencia. Está en juego la dignidad del hombre. Y dio las gracias por haberle dado la oportunidad de hablar de Dios en estas circunstancias en un lugar tan emblemático como el convento dominicano de S. Tomás de Ávila. El judaísmo, insistió, no se comprende si no es como experiencia de Dios. Y no se refiere al judaísmo oportunista desde el punto de vista meramente político, financiero o cultural. Se trata del judaísmo bíblico el cual no puede ser comprendido al margen de la idea de Dios. La  relación con Dios, además, es la clave del judaísmo profético común a judíos y cristianos.

         La respuesta a la pregunta sobre el Dios del judaísmo religioso auténtico es el Dios de la Biblia al que se refieren los profetas. Después de una disquisición semántica del término Dios vino a concluir que el verdadero término para hablar de Dios es Ha-Shen en lugar de Dios en el sentido de la etimología griega y latina que evoca conceptos paganos. En clave judía Dios es Trascendente, Trascendente y Trascendente, que es lo mismo que Santo, Santo, Santo, igual a SEPARADO. El que fue, el que es y será. Dios está dentro de nosotros. En nuestra vida interior, en las moradas interiores. El encuentro con Dios tiene lugar dentro de nosotros en el tiempo y no en el espacio. Encuentro, además, muy concreto, en el sentido de que Dios vive dentro de nosotros y gobierna toda nuestra vida. Lo cual implica por nuestra parte mucha humildad y rechazo del orgullo siguiendo el ejemplo de Moisés. Esta experiencia o vivencia de Dios tiene lugar y se explica por etapas sucesivas.

         En la primera etapa Dios es percibido como Mi Señor el Único, tal como se expresa en la “Shema `Israel´. Escucha Israel, Dios es ÚNICO. Dios es el único Señor y no se acepta ninguno otro. Garzón prefiere no hablar de la unidad de Dios para evitar connotaciones filosóficas creadoras de confusión. Piensa que es mejor hablar de unicidad resaltando la idea de que Dios es uno y único Señor con exclusión de ninguno otro. En la segunda etapa Dios se muestra como el Dios que me ve. Dios nos ve interiormente hasta nuestras entrañas. Ante Dios no cabe esconderse. No hay lugar eludir la mirada de Dios. Dios está y es omnipresente dentro de nosotros como mitsvá o punto de encuentro.

         La etapa tercera se refiere a la acción por relación a la Ley. Es verdad que la Thora no es propiamente ley pero se asienta en leyes. La Ley gobierna la acción. La experiencia de Dios tiene que ser traducida a la acción mediante la convergencia de dos voluntades: la de Dios, expresada en la Thora, y la del hombre, que se somete a la suya. Para ello el hombre  tiene que luchar con la ayuda de la Ley contra los instintos y obstáculos que pueden impedir dicho encuentro. Es la etapa del encuentro de voluntades. La ley del Sábado, por ejemplo, contribuye a buscar el encuentro de Dios por encima de todo. No es propiamente una orden sino una llamada de Dios desde la trascendencia. 

         En la cuarta etapa se llega a la conciliación de nuestra libertad con la Ley, o sea, con la libertad de Dios. Convergencia de mi libertad con la libertad de Dios. ¿Cómo pacificar ese encuentro de las dos libertades? Abraham, Moisés, Jacob y Samuel descubrieron una palabra clave para expresar la idea de nuestra puesta al servicio de Dios: Hinnémi, que significa Presente, aquí estoy para hacer tu voluntad. Se refiere a la disponibilidad absoluta del hombre poniendo su libertad al servicio de Dios desterrando el orgullo. Pero  hinnéni es mucho más. Es la presencia misma de Dios. Hay que tener presente a Dios en todo momento tal como se expresa en el Cantar de los Cantares: “yo pertenezco a mi amado y mi amado me pertenece a mí”. Tener a Dios como referencia constante y amorosa en todos los momentos y circunstancias de la vida conscientes de que el hombre no es “sexo y dos patas”, al estilo freudiano; ni “estómago con dos patas” al estilo marxista. Se trata del hombre multidimensional e infinito. Hemos de estar presentes al Dios vivo y trascendente en todos nuestros pensamientos y acciones. Él debe ser el referente decisivo en todos los momentos de nuestra existencia. Tener a Dios presente significa en la práctica que nunca haremos nada ante los hombres que no nos atreveríamos a hacer delante de Dios. Igualmente, no debemos pensar en nada que no sea pulcro y limpio ante Dios.

         La quinta etapa se refiere a la  translucidez o transparencia de la realidad. Nuestra visión del mundo responde a dos preguntas relativas  al mundo del Ma  y al mundo del Mi. El mundo del Ma se refiere al mundo de las realidades objetivas y así preguntamos qué es esto o qué es aquello. Es la realidad de las cosas consideradas conceptualmente como puros objetos de conocimiento o de uso. En este contexto eliminamos de nuestra consideración lo que no nos interesa y enseñoreamos o enaltecemos lo que nos interesa o egoístamente nos apetece. Pero Dios no es un objeto, un ma, sino un MI o ALGUIEN. La pregunta correcta sobre Dios no es qué es sino QUIÉN. Nada en esta vida ocurre si no hubiera ALGUIEN que lo hace posible. Los hombres no nos podríamos encontrar si Alguien no nos hubiera puesto en el camino. Ese Alguien es Dios. Las personas y Dios hemos de buscarnos y encontrarnos fuera del mundo de los objetos. No es posible escondernos de Dios entre los objetos. Detrás del qué de las cosas está siempre Alguien que es Dios. Por supuesto que no hay que abandonar el mundo material y de la economía. Pero nos hemos de cuidar mucho de no idolatrar las cosas. Hay que trascender el ma para ver las cosas desde el MI o realidad transparente del QUIEN que es  Dios. El Dios del judaísmo está en la eterna pregunta sobre El QUIÉN de la trascendencia divina que nunca es captado de forma definitiva sino que exige búsqueda constante sin desfallecer. En la búsqueda de Dios no hay descanso posible. O marchamos adelante o vamos para atrás. En la búsqueda de Dios no hay descanso. O ascendemos hacia la trascendencia siempre trascendente o nos volvemos a casa. En ese ascenso constante y persistente se encuentra Dios.

         En la sexta etapa se aprecia que el sendero de la búsqueda de Dios no es siempre dorado y sencillo. Para resaltar la dificultad Garzón nos remitió a las palabras de un colega suyo, el filósofo Levinás: “Sobre los éxtasis de los místicos, los sentimientos de la presencia de Dios y todas las experiencias de lo sagrado, pesa una grave sospecha, ¿no será más que efervescencia  subjetiva de fuerzas, pasiones o imaginaciones? La acción moral es la única posibilidad de sentimientos desinfantilizados. Sólo a partir del orden ético (…) las abstracciones metafísicas (…) asumen una significación eficaz”. El ponente terminó su interesante exposición respondiendo a estas dificultades describiendo con palabras emocionadas la séptima y octava etapas relacionando a Dios con el amor y la bendición de los cohanim o las familias sacerdotales que tenían la responsabilidad de conducir el servicio en el Templo de Dios y actuar como los líderes espirituales del pueblo. ”Que Dios te bendiga y te cuide. Que Dios haga brillar Su rostro sobre ti y sea bondadoso contigo. Que Dios dirija Su rostro hacia ti y te dé paz”. El segundo versículo es una bendición para que estemos muy cerca de Dios y que seamos insuflados con un deseo de hacer el bien. El versículo final afirma la esperanza de que todos los impedimentos que nosotros hemos causado en nuestra relación con Dios serán dejados a un lado para buscar la verdadera paz mediante nuestra integridad con Dios. Terminó con una profesión de fe en el Dios trascendente y nuestro encuentro con Él a través del amor como donación, la oración y el estudio de la verdad. Del animado diálogo que siguió a la exposición del ilustre ponente cabe recordar lo siguiente. A la pregunta sobre su valoración personal del rechazo de cualquier referencia a Dios en la elaboración de la Carta de los Derechos Humanos bajo la dirección de René Casin, dijo que sobre este hombre sólo podía hablar bien, declarándose amigo y discípulo. Según Garzón no se debe utilizar a Dios para hacer respetar los derechos humanos, que es cosa nuestra y no de Dios. Por ello no tenemos que mezclarle o implicarle para nada. O sea, que tal rechazo estaba justificado desde la perspectiva judía a pesar de la primacía e importancia atribuida a Dios por el judaísmo.

         A la pregunta directa sobre Jesucristo se excusó contestar remitiendo a la audiencia a un artículo que pensaba publicar sobre “El judío Jesús”. Dijo que este tema es muy delicado y que merece ser estudiado a fondo en otro encuentro en el que, si tenía lugar, estaba dispuesto a participar. No disimuló que Jesús le fascina. En este sentido dijo que cabría preguntarnos hoy sobre quiénes son más cristianos, si los cristianos o los judíos. En el mismo contexto habló de la disponibilidad del judaísmo para colaborar con los que no tienen ese Adonai único y exclusivo. Más en concreto dijo que el judaísmo está dispuesto a colaborar y cooperar en todo lo relativo a la justicia y promoción de lo mejor para el hombre. Textualmente: “Hay que ser fanáticos con la justicia”. Tratándose de la justicia, desde el punto de vista judío hay que ser intransigentes. Por ejemplo, contra el aborto y la eutanasia. La vida humana ha de ser el referente supremo o cima de todos los valores. La vida y la justicia son dos valores innegociables a los que no se puede renunciar.

         En otro orden de cosas afirmó que ha sido un gran logro la evolución que ha tenido lugar en España desde la consideración del término “judío” como un insulto hasta la reapertura de las antiguas juderías. Según Garzón, judíos, musulmanes y cristianos han de tener cabida en España. A la pregunta sobre el contencioso judío-palestino, visto desde la perspectiva de Dios, dijo que los judíos no invocan a Dios para reclamar unos territorios que consideran suyos. Es una cuestión de propiedad territorial y no un problema religioso. También fue preguntado sobre la lucha judeo-cristiana desde la perspectiva de Dios pero evadió hábilmente la cuestión insistiendo en que no hay que implicar a Dios en las cuestiones territoriales con los palestinos ni en las luchas con los cristianos. Por último alguien le preguntó por qué la religión judía es presentada como una mística pero que ha de materializarse en la práctica mediante normas y leyes muy concretas y estrictas. Respondió que el judaísmo es una religión mística en la base porque sin mística la religión se convierte fácilmente en una instancia de poder. Eso sí, nada de monasterios o cosa semejante. Los judíos deben vivir en el corazón de la sociedad transformando la mística en acción social.

         En la sesión de tarde intervinieron Alex Bayer y Manuel Reyes Mate. El primero es conocido estudioso del Holocausto y habló sobre las identidades judías a partir del siglo XVIII. Destacó mucho la pluralidad de interpretaciones del judaísmo entre los propios judíos. De hecho, dijo, hay judíos para todos los gustos, desde los judíos ateos hasta los ultra-creyentes más radicales pasando por los agnósticos, o comunistas y socialistas en el campo político al margen de la religión. Lo cual significa que existe un judaísmo cultural que poco o nada tiene que ver con el judaísmo como religión. Es el denominado judaísmo humanista laico sin fe en Dios ni relación alguna con la justicia divina. Así las cosas, se comprende la dificultad de la integración o asimilación de los judíos. Por lo mismo, se comprende también que la “memoria histórica” para unos judíos sea motivo justificado para el agnosticismo y para otros para afirmar más la presencia de Dios en la historia. Por eso, el gran reto del judaísmo hoy día sigue siendo cómo integrarse social y religiosamente sin perder su identidad.

         Reyes Mate centró su atención sobre el interés e importancia del judaísmo en nuestro tiempo y especialmente en España. Europa, dijo, es impensable sin Atenas y Jerusalén, pero, matizó, se ha impuesto la cultura griega y así no podemos entendernos. Para compensar la ignorancia en España del factor judío habló extensamente de un proyecto pedagógico en marcha para todos los niveles de la enseñanza. Luego centró la atención en la cuestión del Holocausto judío llevado a cabo por los nazis. ¿Por qué insistir tanto en este genocidio por encima de otros que han existido?. Porque en el genocidio judío, dijo, no solo se trataba de matar judíos sino que se hacía de tal forma que no quedara resto o rastro histórico de ellos. Dicho con otras palabras, el genocidio judío implicaba un proyecto formal bien calculado de OLVIDO en el sentido de que se los asesinara de tal forma que no quedara de ellos ni el más mínimo rastro de cultura. En definitiva se trataba de expulsarlos para siempre de la condición humana. De acuerdo con la mentalidad nazi, los judíos eran seres abyectos que sólo merecían la muerte. En razón de esta peculiaridad del genocidio judío surgió el concepto de  “crimen contra la humanidad” (contra la especie humana y contra la razón) como un delito que no prescribe y que, por lo mismo, ha de ser perseguido en todos los tiempos. El Holocausto significó un crimen específico contra la especie humana y todas las conquistas del progreso humano. Con la muerte del judío morían muchas de las cualidades del hombre y de ahí la  importancia de la “memoria histórica”. El pueblo judío se convirtió así en el pueblo de la memoria. Terminada su exposición uno de los asistentes dijo que estaba aterrorizado y profundamente indignado por lo que se había hecho con los judíos. Dicho lo cual añadió que la descripción que Reyes Mate había hecho del Holocausto le parecía reduccionista y unilateral ya que  en todos los holocaustos que han tenido lugar se han dado circunstancias y peculiaridades similares a las descritas  del holocausto judío. El ponente respondió que la singularidad del holocausto judío no significa que las víctimas judías sean de primera clase y las otras de segunda o tercera. No es que el sufrimiento judío valga más que otros sufrimientos. La singularidad del proyecto nazi de exterminio del pueblo judío consistió en que buscaba explícitamente el olvido de las víctimas, mientras que en los otros genocidios las víctimas quedan a la vista de todos. De ahí la necesidad de no olvidar o infravalorar su memoria.

         Sobre  la expulsión de los judíos de España alguien matizó al ponente que hubo un decreto de expulsión por razones religiosas y no racistas, y otro posterior de vuelta. En consecuencia, no se trataría de una expulsión por motivos raciales al estilo nazi sino por motivos exclusivamente religiosos. Por otra parte, no todos los judíos se marcharon como lo demuestra la existencia de Teresa de Jesús y otros personajes importantes de ascendencia inequívocamente judía. El ponente aceptó estas matizaciones pero recordó que más tarde desde la administración política se introdujo la sospecha relacionada con “la pureza de sangre”, con lo cual se incorporó también el motivo racial.  En relación con los matrimonios mixtos, Alex Baer puntualizó que, en principio, los matrimonios mixtos son un obstáculo importante para mantener el principio de identidad judía entre otros grupos sociales. Lo cual no impide que haya comunidades reformistas en esta materia frente a comunidades ortodoxas radicales. En cualquier caso los matrimonios denominados homosexuales no tienen cabida. El matrimonio entre judíos es una garantía básica de su identidad y pureza de sangre. ¿Racismo? No es racismo, dijo, en la medida en que el matrimonio judío no es excluyente de los matrimonios no judíos.

         Alguien volvió sobre la “memoria histórica” matizando que habría que evitar el exagerar la memoria histórica judía con menoscabo de la memoria histórica del cristianismo y de otras instituciones históricas homologables. Reyes Mate se dio por aludido y dijo que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre este tema. Se admite la memoria de unos y se olvida la de otros. Cada cual entiende por memoria histórica el recuerdo de lo suyo y de los derechos que le afectan más directamente. Para salir de este obstáculo matizó que cabe hablar de al menos tres formas de entender la memoria histórica: como sensus internus o sentido interno previo al entendimiento; como un sentimiento moral en clave de conocimiento mediante el cual se destaca la importancia de las víctimas, y, por último, como “deber de memoria” interiorizado. El recuerdo permanente de las víctimas del Holocausto se convierte así en una obligación permanente. Al llegar a este momento de la discusión Reyes Mate hizo una aclaración importante que no había hecho en su exposición. La memoria histórica, según él, es la estrategia para que lo ocurrido no se repita en el futuro. De lo cual podemos deducir que se trata de una memoria ejemplar y no de recordar cosas del pasado para atizar el rencor o los sentimientos revanchistas en las futuras generaciones.  Una señora musulmana matizó que tenía la impresión de que la memoria histórica, tal como había sido descrita por Reyes Mate, está sirviendo de poco ya que las guerras y los genocidios siguen con buena salud en nuestros días. ¿Qué más se puede hacer para evitarlos en el futuro?  Esta intervención le ofreció otra oportunidad a Reyes Mate para matizar mejor lo que había quedado en el aire durante su exposición. La memoria histórica complica las cosas en lugar de resolverlas por la simple razón de que abre heridas. Por lo mismo, no basta el mero recuerdo sentimental del holocausto para que no se repita en el futuro sino que es necesario un programa de reflexión profunda a partir del hecho del holocausto para no quedar entrampados en el mero recuerdo del pasado. El final de la memoria histórica, matizó, es la reconciliación. 

         4. El Cristianismo

         La ponencia troncal de la mañana corrió a cargo del Dr. D. José Manuel Sánchez Caro, Teólogo y Rector de la Universidad Católica de Ávila. Los momentos culminantes de su exposición fueron los siguientes.

         1) El contexto de esta ponencia en un curso sobre las tres religiones monoteístas

         El ilustre ponente comenzó destacando la influencia del hecho religioso en todos los ámbitos de la vida. Forma  parte constitutiva de la misma por más que algunos se empeñen actualmente en no reconocerlo. El cristianismo, como religión histórica, tiene conciencia clara de haber nacido en un momento concreto de la historia protagonizado por Jesús de Nazaret, el cual nació en el contexto de la historia de Israel y del pueblo judío, en el que se situó y del que partió para su anuncio de salvación, que debe ofrecerse en todos los tiempos de la historia posterior. Es además una religión de revelación objetiva por cuanto esta oferta se hace palabra y concepto en una Escritura Sagrada que es la Biblia. Es también una religión comunitaria porque su mensaje de salvación es mantenido vivo y anunciado en cada tiempo por una comunidad que se considera heredera de las palabras y hechos del fundador originario y las va releyendo e interpretando a medida que cada tiempo suscita preguntas nuevas. El cristianismo es una religión monoteísta que ofrece su mensaje de salvación como procedente de Dios a modo de revelación y tiene clara vocación de permanencia histórica por medio de una comunidad. Con algunas diferencias, estos rasgos los comparte con otras religiones monoteístas, como el judaísmo, su matriz originaria, y el islam, que nace influenciado por el judaísmo y el cristianismo. El enfoque de José Manuel Sánchez Caro se situó en un punto intermedio entre la mera descripción fenomenológica y la reflexión teológica del cristianismo. Su propósito fue ofrecer una descripción sintética de los elementos que componen la religión cristiana como quien habla desde dentro a interlocutores de cultura media, creyentes o no creyentes, cristianos o fieles de otras religiones. Para ello siguió las líneas maestras de la obra de Olegario González de Cardedal, La entraña del cristianismo.

         2) La pregunta sobre qué es el cristianismo

         Respondiendo a la pregunta sobre la naturaleza del Cristianismo, recordó que  la palabra “cristiano” deriva del adjetivo griego kristós, que es la versión del hebreo masiah, mesías. Recordó también que fue en Antioquía de Siria donde los discípulos del Galileo, los “hermanos”, comenzaron a ser llamados “cristianos”, es decir, los de Cristo, los del Mesías o Ungido (Hch 11,26). En este nombre ya se ofrece una descripción de lo que es el cristiano, a saber: aquel que cree y sigue a Jesús de Nazaret, a quien considera Mesías como realizador de las esperanzas que anunciaron los profetas. Una de las características del cristianismo, dijo, es su capacidad para hacerse presente en cualquier cultura. Ya el nombre expresa una realidad distinta de la judía, pero proveniente de esa tradición religiosa. Cristianismo es una palabra nueva capaz de presentar al seguidor de Jesús de manera expresa y explícita como alguien distinto de cualquier seguidor de otra religión. La manera de identificarse como cristiano en el interior de la comunidad era la recitación de una síntesis de la fe, del símbolo, que en su origen era la mitad de un objeto, con la cual se reconocía el portador frente al que tenía la otra mitad. La recitación del símbolo, como elemento de identificación, se hace presente sobre todo en el bautismo, pero se expresa también en momentos decisivos, como en el martirio. Como consecuencia, cristianos somos “los que creemos en el que resucitó de entre los muertos, el cual nos libra del castigo venidero” (1 Tes 1,9-10); o, como Pablo dice en otra ocasión, “los que creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, a quien Dios entregó por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación” (Rom 4, 24-5).  O, como se dice en la misma carta, “si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10,9). Otro ejemplo elocuente a este respecto puede ser la forma cómo resumen los apóstoles la fe cristiana. Según Lucas al final de Hechos: “Dos años enteros permaneció Pablo en Roma en una casa alquilada, donde recibía a los que venían a verle, predicando el Reino de Dios y enseñando con toda libertad y sin obstáculo lo tocante al Señor Jesucristo”. O sea que  Reino de Dios y persona de Jesucristo constituyen el contenido básico de la predicación cristiana desde los comienzos. O lo que es igual, la persona y la predicación de Jesús son el núcleo del cristianismo tal y como se presentaba desde sus primeros pasos en la historia.

         Esta descripción esencial irá llenándose de matices sobre todo durante los cinco primeros siglos. Es el tiempo en que se constituyen los credos o recitados de la fe básica de los cristianos. Los catecúmenos, aquellos que se preparaban para ser cristianos por medio del bautismo, eran instruidos en el credo (contenido de la fe), los sacramentos (celebración de la fe), padrenuestro (oración cristiana) y los mandamientos (actitud y vida cristiana). Estos cuatro elementos fueron después sistematizados en las grandes construcciones teológicas cristianas del medio-evo, que tienen su cumbre en la obra de santo Tomás, especialmente en sus dos Sumas y en el Compendio de Teología. Pero fue en el renacimiento cuando comenzó a plantearse de manera más directa la cuestión de qué es ser cristiano. Uno de los pioneros más destacados fue Erasmo de Rotterdam, quien elaboró “algunas reglas del verdadero cristianismo”, en su conocida obra Enchiridion o manual del caballero cristiano y, sobre todo, con su edición greco-latina del Nuevo Testamento. Lo esencial del cristiano es el seguimiento de Cristo y, para ello, ha de acercarse directamente a las fuentes que nos lo presentan, al Nuevo Testamento. Se ponía así de relieve la posibilidad de acceder directamente a las fuentes cristianas sin la transmisión autoritaria de la jerarquía.

         Lutero siguió por este camino y acentuó la libertad individual del cristiano, guiada por el Espíritu de Jesús frente a la orientación de la jerarquía eclesiástica. Ser cristiano, según este enfoque, es ser libre ante Dios, acercarse a él sin mediaciones por medio de la Escritura con la asistencia del Espíritu de Jesús; ser librados del pecado que corrompe nuestra naturaleza por la fe en Jesús, que es el único que con su vida y muerte nos libera. Hay infinidad de variaciones pero esto es lo fundamental de la reforma protestante. Como reacción  la Iglesia romana acentuó la necesidad de leer la Escritura en el ámbito de la Iglesia, que ha recibido de Cristo y de los apóstoles el Espíritu para interpretarla. Escritura frente a Sacramentos, Espíritu individual frente a Espíritu en la Iglesia, son dos formas de vivir el cristianismo que se han prolongado hasta nuestros días. Pero la cosa fue a más. En la ilustración, el momento en que se confía plenamente en la razón, el cristianismo, a manos de Enmanuel Kant, quedará reducido a pura moral o ética. Por supuesto que se acepta la existencia de Dios. “Quedan la existencia de Dios, el hombre, la voluntad moral, la referencia al prójimo, la nobleza de existir”. Desde este momento todas las corrientes de pensamientos dieron su versión de lo que es el cristianismo, lo que dio lugar a una serie de escritos en los que se quiere dilucidar “la esencia del cristianismo”. Líder de esta nueva singladura fue Adolf von Harnack el año 1900 en la Universidad de Berlín.

         ¿En qué consiste la esencia del cristianismo? Las respuestas son muy variadas y dependen de la situación ideológica del que responde o del momento social en que se vive. Para Harnack, por ejemplo, el cristianismo se resume en el mensaje de la paternidad de Dios y del valor infinito del alma humana, mensaje que nos trae Jesús, quien, sin embargo, no tiene más importancia que hacernos conscientes de este mensaje. A partir de este momento de la exposición el ponente se implicó y tomó partido de forma más personal y comprometida.

         3) Cristianismo, cristiandad y cristianía

         El cristianismo es una realidad compleja y no debe caerse en el peligro de las simplificaciones. Para evitar este riesgo adoptó la sutil distinción entre cristianismo, cristiandad y cristianía tomada de Olegario González de Cardedal. Con la palabra “cristianismo” entendemos la realidad objetiva que nace de Cristo. Es, en primer lugar, un hecho histórico. Pero, además, es la propuesta de que Dios se ha dado a los hombres por Cristo determinando así la existencia humana para siempre. El cristianismo es la descripción del hecho cristiano, como hecho histórico y como propuesta de religión y con la palabra “cristiandad” expresamos la realidad cristiana tal como ella se ha expresado en la vida de los hombres, en la horizontalidad de una historia compleja y variada; es el cristianismo encarnado en el tejido de la sociedad a lo largo de la historia, con todas sus aportaciones y contradicciones inevitables. Con el término “cristianía”, en cambio, se designa la realización personal y creadora de la realidad cristiana tal como la puede vivir el sujeto creyente. Es la dimensión más subjetiva de esa realidad objetiva que es el cristianismo vivido en medio de la cristiandad.

         4)  Jesús y la memoria judía trasmitida

         Que el cristianismo nace con Jesús de Nazaret es un hecho histórico claro. Y lo es también que Jesús vivió en un momento concreto de la historia. El cristianismo nace en el seno del mundo judío del siglo I y se desarrolla a lo largo de todo el siglo I de nuestra era en la cuenca del Mediterráneo. Es, por tanto, una religión que participa tanto de la cultura y religión judía, como de la cultura y organización greco-romana. Por otra parte, en los comienzos del siglo primero de nuestra era el pueblo judío, en el cual nace Jesús de Nazaret, se hallaba gobernado por Herodes el Grande, un rey de origen no judío, vasallo de los romanos y al que éstos protegen. Gobierna hasta el año 4 antes de Cristo, en que muere, y es el constructor de la gran ampliación del templo de Jerusalén, que conoció Jesús y de la cual los judíos se sentían orgullosos. A partir de esta fecha, el reino judío de Herodes se dividió entre sus hijos. Cabe recordar especialmente a su hijo Herodes Antipas, que gobierna en Galilea, la tierra de Jesús, y a su otro hijo Aristóbulo, que gobernó en Judea. Éste lo hizo tan mal, que hubo de ser sustituido por una autoridad romana el año 6 de nuestra era. Así comenzó en Judea el gobierno de los procuradores, prefectos o gobernadores romanos. El más célebre de todos ellos fue Pilatos, el gobernador bajo el cual Jesús fue condenado  a muerte.

         Este fue el marco espacio-temporal del origen del cristianismo. A Jesús lo mencionan también algunos autores romanos y el historiador judío Flavio Josefo, entre otros. Podemos decir que, desde el punto de vista de la historia, Jesús de Nazaret fue un judío, nacido hacia el año 6 antes Cristo, es decir, unos dos años antes de la muerte de Herodes el Grande y en tiempos del emperador Augusto. Vivió en Galilea, la región del norte de Israel, hasta que llegó a la madurez, hacia los 30 años. Bajó después a la desembocadura del río Jordán, cerca del desierto de Judá y no lejos de Jerusalén, donde un hombre santo tenido por profeta, Juan el Bautista, anunciaba la llegada de un Mesías juez, predicando a la vez justicia y penitencia rigurosas, pues este juez iba a juzgar severamente a esta generación. Juan bautizaba a todos los que querían iniciar este camino de purificación y preparación a la venida del Mesías, mediante un rito que consistía básicamente en su inmersión en las aguas del río Jordán.

         Jesús se hizo bautizar por Juan, quizá se contó durante algún breve tiempo entre sus discípulos, pero pronto inició su propio camino. Tras un período de retiro en el desierto de Judá, donde recibe de Dios el mandato de anunciar un nuevo camino, marcha a Galilea, elige a varios discípulos y con ellos predica un nuevo mensaje: la buena noticia del Reino de Dios. Tras un tiempo de actividad pública por Galilea, decidió ir con sus discípulos a Jerusalén, la ciudad santa. Allí su predicación suscitó enemigos y fue enviado a la autoridad romana bajo la acusación de ser un peligroso rebelde, que se proclamaba rey en contra del orden establecido por los romanos. En tiempos del emperador Tiberio, cuando gobernaba Judea el procurador Poncio Pilatos. Jesús de Nazaret es ajusticiado en la cruz, como se hacía con todos los revoltosos no romanos, a los que se castigaba por el crimen de ser oficialmente “bandidos”. Los datos escritos nos indican que sus seguidores, dispersados por el miedo primero, enseguida se reunieron y empezaron a anunciar la buena y sorprendente noticia de que Jesús de Nazaret había resucitado y podía hacer posible para todos la victoria sobre la muerte. Es así como nació el cristianismo, primero en Jerusalén, después en Judea y Galilea, luego por todo el Mediterráneo, hasta llegar a Roma y a los confines del mundo.

         Los datos sobre hechos y palabras de Jesús nos han sido trasmitidos por algunos de sus seguidores, que recogieron la experiencia y el conocimiento de la comunidad cristiana del siglo I. En gran parte han quedado escritos en los evangelios y en otras obras, configurando una colección de escritos llamada hoy Nuevo Testamento, que forma la parte específicamente cristiana de la Biblia. Por ellos sabemos que Jesús anunció la buena noticia del Reino de Dios, asegurando que este reino estaba ya en medio de los hombres y mujeres de la tierra. Es decir, que Dios iba ya a hacer que los ideales de justicia, fraternidad y solidaridad que parecían imposibles comenzasen a hacerse realidad, y lo fuesen plenamente al final de los tiempos.

         En este contexto Jesús anunció a un Dios que se preocupa de los hombres y es padre de todos ellos, fuesen buenos o malos, hombres o mujeres, esclavos o libres, judíos o griegos. Por eso, todos los seres humanos son hermanos y la relación entre ellos se debe regir por la solidaridad, la justicia y sobre todo por el amor. Este Dios es un Dios dispuesto a perdonar, acoge a quienes se convierten como un padre acoge a su hijo descarriado, perdona “setenta veces siete” y nos pide que igualmente perdonemos sin límite a quienes nos ofenden. Su acogida está explicada mediante parábolas. Las parábolas son comparaciones continuadas y construidas con elementos de la vida ordinaria. Así, él es un Dios que nos invita a unirnos a él como un padre invita a participar en el banquete de la boda de su hijo; nos entrega gratuitamente una serie de talentos que hemos de hacer fructificar; podemos dirigirnos a él llamándole Padre, y está siempre a nuestro lado. Su presencia es ya el reino de Dios, pequeño como una semilla de mostaza, pero capaz como ella de crecer hasta convertirse en un gran árbol; casi invisible como un poco de levadura, pero con la fuerza de transformar la masa entera de la sociedad. Jesús acompañaba estas palabras con hechos que sus contemporáneos juzgaron maravillosos, los milagros, cuya función principal era hacer visiblemente presente la fuerza del reino de Dios que anunciaba. El resumen de su predicación y su vida lo hace uno de sus discípulos, Pedro, al manifestar que fue “un profeta poderoso en obras y palabras”, que “pasó haciendo el bien”. La comunidad cristiana dio también testimonio de su resurrección y afirmó siempre -hoy lo sigue afirmando- que está presente y activo en medio de ella de muchas maneras. La más perceptible es por medio de su palabra y por medio de los sacramentos, especialmente de la eucaristía. Asimismo, recibió de Jesús el mandato de anunciar la buena noticia del Reino de Dios -el evangelio- siempre y en todos los rincones del mundo. Esta tarea la lleva a cabo la comunidad cristiana, que constituye una prolongación del maestro y se denomina en nuestro tiempo Iglesia. Tal anuncio del evangelio fue llevado a cabo por los primeros predicadores y misioneros cristianos, bajo la autoridad de los apóstoles, aquellos a quienes eligió Jesús -llamado por ellos el Maestro y el Señor- para que continuasen su obra. Entre ellos, un apóstol, convertido directamente por Jesucristo, según su propio testimonio, fue decisivo en la extensión del cristianismo por todo el Mediterráneo. Era natural de Tarso -al sur de la actual Turquía- y se llamaba Saulo o Pablo. Con él los no judíos encontraron acogida en la comunidad cristiana. Finalmente, este anuncio lo lleva a cabo la comunidad cristiana, que constituye una prolongación del maestro y de los apóstoles primeros, y se denomina en nuestro tiempo Iglesia.

         5) Los componentes básicos del cristianismo y su irreductibilidad antropológica

         El cristianismo es un acontecimiento muy complejo del que cabe destacar lo siguiente. Ser cristiano implica aceptar que Jesús de Nazaret -el personaje histórico- es el Cristo, es decir, el Mesías. Que él es, en efecto,  el único que puede llenar las esperanzas más profundas del ser humano, pues en Jesucristo se ha hecho presente Dios en medio de los seres humanos para ofrecerles la plenitud de la salvación, que es la vida plena ahora y tras el fenómeno biológico de la muerte. Por eso, los cristianos le reconocen como verdadero hombre y verdadero Hijo de Dios de suerte que  su acción salvadora se hace permanente en el mundo mediante el Espíritu que él mismo ha enviado a su comunidad. Él ayuda a comprender en cada momento la Escritura sagrada, la Biblia. El mismo Espíritu hace presente la salvación de Jesús en signos humanos como el agua limpiadora, el aceite fortificador, el pan y el vino de cada día o el contrato matrimonial. Esos signos, celebrados por la comunidad, presidida por quien hace las veces de Cristo, cobran un significado y una realidad nueva, son bautismo purificador, confirmación de la fe cristiana, cuerpo y sangre del Señor muerto y resucitado; matrimonio que hace presente el amor de Dios a los suyos. Son los sacramentos que celebra constantemente la comunidad de los seguidores de Jesús, mediante los cuales no sólo recuerda lo que Jesús hizo y la salvación que nos trajo, sino que, repitiendo sus palabras y sus gestos, se hacen presentes su persona y su salvación en medio de nuestra vida. Así, la memoria y la presencia de Jesús vivifica constantemente la comunidad de sus seguidores, a la que se denomina Iglesia.

         Aquí radica también la comprensión cristiana de Dios como tres personas distintas y único Dios real y verdadero. Padre que nos llama a la salvación, Hijo que se hace carne nuestra y la redime, Espíritu que vivifica el mundo y la Iglesia. Los cristianos creemos que estas acciones de Dios son reflejo de su mismo ser y por eso confesamos un Dios único en tres personas. Por otra parte, la fe en Jesús de Nazaret crucificado como presencia salvadora de Dios en la historia humana, como hijo de Dios, es, desde sus mismos inicios hasta hoy, el gran escándalo para unos y la gran estupidez para otros. Pero, para los que creen en él, Jesucristo hace posible la plenitud de todos los seres humanos que le siguen, no solamente en esta vida, sino más allá de la muerte. Esta plenitud de la persona humana, cuando se abre a Dios, es lo que los cristianos llamamos la salvación. En consecuencia, el estilo de vida del cristiano ha de ser el estilo de vida de los discípulos de Jesús. La ley fundamental es la del amor y el mandamiento básico es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como el mismo Jesús amó a los suyos, con un amor capaz incluso de entregar por ellos la propia vida. El cristiano tiene el compromiso de defender la justicia, la solidaridad y la dignidad de la persona humana en cualquier época, lugar y condición. Para el cristiano todos los hombres y mujeres son hijos de Dios y, por tanto, no sólo iguales en dignidad, sino hermanos entre sí. Los cristianos se dirigen a Dios mediante la oración individual y personal, pero también mediante la oración común en la celebración litúrgica. De entre todas las celebraciones litúrgicas, tiene una especial relevancia la celebración de la Eucaristía mediante la cual la comunidad cristiana recuerda y hace presente la muerte y la resurrección salvadoras de Jesús utilizando el mismo rito que utilizó Jesús al fin de su vida: un banquete de pan y de vino.

         Ese pan y ese vino, siguiendo instrucciones de Jesús y repitiendo sus palabras, son la presencia viva de su cuerpo y de su sangre, cuya comida y bebida es alimento para el camino de la vida humana y cristiana. La fuerza transformadora de las palabras del ministro o sacerdote que preside esta celebración vienen del mandato de Cristo y del envío de su Espíritu, fuerza personal de Dios, que hace posible de manera simbólica pero real (eso es un sacramento) la presencia viva y vigorosa de Cristo en el pan y el vino de la Eucaristía. Los cristianos celebran la liturgia eucarística sobre todo el domingo, porque éste es el día en que Jesús resucitó de entre los muertos. De aquí el mismo nombre de “domingo”, que deriva del latín dies dominica, “día del Señor”. Así pues, una persona viva, que sigue actuando y de la que el cristiano es discípulo, Cristo; un escrito de referencia con autoridad, la Biblia; un Dios que sale a nuestro encuentro para proporcionarnos salvación y felicidad plena, el Padre; una comunidad en la que vivir y celebrar la fe con la fuerza del Espíritu, la Iglesia; una esperanza de vida ahora y tras la muerte, la salvación: esto es el cristianismo, que no puede en ningún caso reducirse a una filosofía o a una ética, por muy cercanas que le sean. En palabras de Olegario de Cardedal: “El cristianismo es, por tanto, historia de Dios con el hombre, de la cual nace una historia nueva del hombre. Nos remite al hecho Jesús, a la verdad de Jesús, a la promesa de Jesús, a los apóstoles de Jesús, al evangelio de Jesús y a la comunidad de Jesús. El cristianismo es fuente de sentido universal para todo hombre en la medida en que arraiga, no se despega y se remite siempre a la persona de Jesús, en su historicidad manifiesta y en la manifestación de su persona que el Santo Espíritu, sus apóstoles y su comunidad van haciendo de él en el tiempo por el amor y la memoria, la acción y la esperanza”.

         6)  Cristiandad y principio de encarnación

         Después de esta sintética exposición de lo que es el cristianismo, el ponente hizo las siguientes matizaciones. En realidad, el cristianismo no existe en sí mismo, sino encarnado en una realidad denominada cristiandad. La Cristiandad es la figura histórica, la expresión pública verificable, la realidad colectiva e institucional que lo cristiano toma cuando deja de ser una palabra gritada (kerigma) para ser una palabra aplicada a la vida (didaskalia), y pensada (teología). No existe el cristianismo si no es en realizaciones concretas. Entramos así en lo que es la encarnación necesaria del cristianismo en una cristiandad. Jugamos ahora, desde el punto de vista del cristiano, con realidades que nos vienen dadas por Dios y con realidades humanas muy nuestras. Por eso, caben diversas realizaciones y, en cualquier caso, es conveniente siempre distinguir elementos humanos y cambiantes y elementos que nos vienen dados y hemos de asumir, para que sea verdaderamente una realización cristiana, una cristiandad.

         La cristiandad está compuesta desde el comienzo de tres elementos fundamentales: el evangelio, el apóstol y la comunidad. El evangelio es la palabra de Jesús y la palabra de la Escritura judía que él asumió como palabra de Dios. Es el punto de referencia constante, punto de partida y punto de confrontación para establecer cualquier reforma. Es la misma palabra viva de Jesús resonando a lo largo de los siglos. El apóstol es el discípulo de Jesús, al que él encomendó la tarea de anunciar el evangelio, celebrar la eucaristía y actuar como autoridad, tanto por lo que se refiere a la interpretación del evangelio, como a la organización y unidad de la misión. La comunidad cristiana es el conjunto de los que han renacido por el bautismo, que se reúnen a celebrar la eucaristía y a escuchar la palabra del evangelio, celebrando los signos sacramentales que nos recuerdan y hacen presente la persona y la salvación de Jesús. Evangelio o Escritura, Apóstol o institución jerárquica, comunidad que celebra la eucaristía y los demás sacramentos son los tres elementos básicos de la cristiandad.

         La cristiandad no es una mera “organización no gubernamental” con unos estatutos guiados por nuestro interés benefactor. Hay un elemento dado que se ha de asumir. Pero, a la vez, ese elemento se vive y se actualiza constantemente mediante acciones humanas. No hay cristianismo vivido sin Escritura Sagrada y escucha de la palabra de Dios. No hay cristianismo real sin institución, nacida de la autoridad del apóstol y no hay cristianismo auténtico sin comunidad celebrante. Estos tres elementos se imbrican uno con otro. La Sagrada Escritura se lee e interpreta en comunidad, no individualmente, y la garantía de una interpretación auténtica se obtiene de la comunión con los sucesores de los apóstoles, al tiempo que su más viva y fructífera lectura e interpretación acontece en la liturgia. La comunidad no es una sociedad más o menos organizada, sino que tiene una estructura en la cual hay elementos dados como son los ministerios del obispo, del presbítero y del diácono, entre otros. Se trata, pues, de una comunidad organizada, en la cual la ley suprema es la caridad, pero la garantía de fidelidad al proyecto de Jesús nos viene de la comunión con los apóstoles que él nos dejó y con sus sucesores. No inventamos la cristiandad cada día, ni siquiera cada generación. Estos tres elementos fundamentales son una constante que nos hace pertenecer, más allá de matices y épocas, a una cristiandad que atraviesa los siglos en fidelidad al proyecto de Jesús.

         Por supuesto que las realizaciones son muy variadas y los defectos humanos están a la orden del día. Podemos crearnos nuestro cristianismo particular por medio de interpretaciones personales del Evangelio. Para que eso no ocurra, la interpretación debe confrontarse con la comunidad, con la autoridad del apóstol y la de sus sucesores. Podemos construir una comunidad perfectamente organizada, con un derecho canónico casi perfecto, pero siempre surgirá la fuerza del Espíritu de Jesús en la comunidad, que nos recordará que la institución está al servicio de la vida y no lo contrario. Podemos inventarnos la celebración de la misa cada día y hacerlo de la manera que más nos guste, pero siempre debe haber una referencia al sacramento instituido por Jesús y nacido en la primera Iglesia, porque esto nos viene dado, no es creación nuestra. Todo esto da lugar a diversas interpretaciones cristianas, que pueden en algunos casos convertirse en cristiandades que necesitan reconciliarse y reformarse. Así, la cristiandad protestante acentúa la confrontación directa e individual con el Evangelio, con la Escritura, que lee en directo con su libre interpretación; la cristiandad romana hace resaltar sobre todo el Apóstol, la dimensión institucional, jurídica y organizativa, la autoridad y sus estructuras; la cristiandad oriental pone sus acentos en la celebración litúrgica y en la presencia del Espíritu en la comunidad. Tres acentos que nos indican ya cuántos otros puede haber. El peligro de desequilibrio es constante. Por eso la cristiandad, la Iglesia, decimos en el lenguaje habitual, debe estar siempre en actitud de reforma y vigilante para no divinizar costumbres y tradiciones humanas, al mismo tiempo que ha de tener siempre claro que no se puede inventar la cristiandad cada día. En este sentido la historia de la Iglesia nos muestra la riqueza de realizaciones cristianas y sus límites. Y constantemente experimentamos esa tensión inevitable entre lo institucional y la fuerza del Espíritu, la apertura a la cultura de cada tiempo y la necesaria salvaguarda de nuestras señas de identidad. Cualquiera que analice los diversos grupos y movimientos en la Iglesia de hoy, podrá observar en ellos esta inevitable tensión. Sólo cuando alguno de los tres elementos básicos es rechazado o manipulado hasta el límite de quedar desnaturalizado deja de ser propiamente cristiandad y se convierte en “secta”, hairesis, es decir, rama desgajada del tronco común. La división actual de las Iglesias -realizaciones diferentes de cristiandad- es un obstáculo muy grande para la credibilidad del cristianismo y, en consecuencia, el ecumenismo es una tarea necesaria e imprescindible más allá de la buena voluntad de los cristianos.

         7) Cristianía como realización personal del cristianismo en la cristiandad

El término “cristianía”, hemos dicho, ha sido acuñado por Olegario González de Cardedal. En su misma propuesta, la cristianía designa “la realización personal y creadora de la realidad cristiana como vida y como vivencia en el sujeto creyente”. No se es cristiano solamente por una adscripción externa, aunque ésta sea el bautismo. Cada miembro de la cristiandad necesita vivir a su manera y con rasgos personales el cristianismo. Esta vivencia es la cristianía o talante cristiano personal. Todo cristiano vive su cristianismo objetivamente en la comunidad. Pero, al mismo tiempo, lo vive en su conciencia, en su propio corazón. “El cristianismo se convierte en cristianía cuando el hombre, punzado por la gracia, se abre a sus exigencias y las responde adentrándose en las mediaciones institucionales, que ella ha instaurado”. Pero todo este proceso es apasionante y complejo. Cada uno percibe la palabra del Evangelio, la figura de Jesús, la mediación institucional, la vida litúrgica de la comunidad y su compromiso en el mundo de manera personal. Y hasta que no lo asume así, no llega el cristianismo a hacerse de verdad carne y sangre de nuestra propia sangre y carne. Un ejemplo fehaciente lo tenemos en los santos. En la  Iglesia el santo es un cristiano que, viviendo en una cristiandad concreta, ha vivenciado el cristianismo y lo ha hecho suyo de un modo personal y característico, dándole en la mayoría de los casos una orientación original. No es que lo reinvente. El marco nos lo da la fe cristiana (el cristianismo) y la comunidad institucional (la cristiandad). Pero, frente a estos elementos objetivos, el cristiano vive su fe en el contexto de una sociedad con preocupaciones, problemas y preferencias concretas. De aquí la diversidad de vivencia del cristianismo en cada tiempo y la diversidad de estilo que se aprecia en  los santos.

         Tres grandes hechos o movimientos de conciencia de la era moderna han de integrar la Iglesia católica en nuestro tiempo. Olegario González de Cardedal los elenca del modo siguiente: la mística católica, el principio protestante de la individualidad libre ante el Evangelio y la Ilustración. Según él, los tres han puesto en primer plano de consideración la experiencia personal del sujeto y el ejercicio de la responsabilidad individual. No son contrarios al Evangelio. Más aún, deben ser asumidos por cada cristiano de hoy de manera que nuestra cristiandad, viviendo el mismo cristianismo de siempre, será, sin embargo, diferente de cualquier realización en cualquier otra época. Así lo supo hacer, por ejemplo, Teresa de Jesús. Ella, en efecto,  recibió la fe cristiana en una cristiandad concreta, en momentos nada fáciles. Sus tiempos fueron tiempos recios. Ella asumió la herencia cristiana con gozo y la vivió con libertad y originalidad en una cristiandad en la que el principio de autoridad estaba sobre estimado. Supo ser libre en una Iglesia de normas estrictas y hacer una síntesis de cristiana que sigue admirándonos y ayudándonos aún hoy día. Cristianismo, cristiandad y cristianía forman en esta mujer admirable una síntesis ejemplar. En un momento en el que lo objetivo y extrínseco era en la cristiandad católica, por reacción ante la subjetividad e interioridad protestante, casi la única manera de vivir en cristiano, ella supo conjugar junto a una admirable acogida de la autoridad en la comunidad cristiana, una genial interpretación individual de su vivir cristiano. Su síntesis equilibrada en momentos tan difíciles es un ejemplo y testimonio eficaz de la síntesis personal que cada cristiano ha de hacer en su tiempo y en su época. Realizar este cristianismo personal con el suficiente equilibrio con el cristianismo perenne y con la cristiandad en que nos movemos es el reto del cristiano en cada época histórica.

         8)  Ser cristiano hoy

         José Manuel Sánchez Caro concluyó su ponencia con palabras emocionadas. El cristianismo, dijo, nace de una persona concreta, Jesús de Nazaret, en un lugar concreto y en un tiempo determinado. No es una especulación filosófica que se mueva en el mundo de las ideas sino una realidad determinada, que puede situarse perfectamente en la historia. La raíz originaria del cristianismo está en la confesión de que el Jesús de Nazaret histórico es la presencia viva de Dios, hecha carne nuestra, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Su vida fue ejemplar y lo sigue siendo para creyentes e increyentes. De aquí la fascinación que suscita siempre su figura. Pero para el cristiano los tiempos verbales se conjugan en presente: Él, que compartió nuestra muerte mediante una sentencia injusta, ha resucitado y vive para siempre. Por eso le confesamos Cristo y Señor. Por eso, su palabra y su vida es luz y verdad para el cristiano, que sabe que cuenta con su ayuda, mediante la acción del Espíritu de Jesús presente y actuante a lo largo de los siglos. De este modo, el cristiano, que no es mejor ni peor que ninguna otra persona en el mundo, se siente confiado en la ayuda de Dios y vive su vida como un proyecto de salvación que traspasa incluso las fronteras de la muerte.

         Pero el cristiano no vive esta fe en solitario sino en comunidad. Una comunidad en la que la norma de vida es la palabra del Evangelio, leída a la luz de los acontecimientos de cada instante, en confrontación con la comunidad cristiana y a la luz de la referencia a los sucesores de los Apóstoles. El cristiano, que se sabe egoísta y lleno de orgullo, trata sin embargo de vivir la ley de la caridad, cuya máxima expresión es la entrega de la vida por el otro gratuitamente como hizo Jesús. El cristiano, que se sabe débil, frágil y poco constante, siente la mano cercana del mismo Jesús, que se hace presente con su gracia o ayuda por medio de los sacramentos. Al cristiano le duelen las divisiones en la cristiandad y tratará siempre de encontrar un camino de unión que supere viejos anatemas y ayude a lograr la síntesis que haga posible una cristiandad plural y unida en la misma fe y la misma vivencia de ella. El cristiano, que se sabe igual de limitado que todos los demás hombres y mujeres, trata de hacer su síntesis personal de la fe cristiana en un mundo al que trata de mirar con los mismos ojos de Jesús sin temor y con un constante esfuerzo de comprensión y amor. De esta forma el cristiano descubre poco a poco que se puede ser plenamente cristiano y plenamente contemporáneo de todos los hombres y mujeres de su tiempo. Y a la vez que cree haber recibido una palabra de verdad, que viene de Cristo, sabe también que nunca es capaz de poseer esa verdad plena. Por eso se mueve entre la confianza y la humildad hasta que el Espíritu de Jesús nos lleve a todos a la verdad plena.

         En la sesión vespertina Marcos Ruíz hizo uso de la palabra llevando el tema del cristianismo al campo de la catequesis cristiana. ¿Cómo hacer para que los grandes principios del cristianismo lleguen a todos de una manera fácil de entender y sin deformaciones? Como es habitual en él, ilustró su punto de vista sobre la necesidad de métodos creativos en la pastoral directa poniendo ejemplos prácticos y amenos de su larga experiencia como predicador y catequista. El diálogo vespertino giró en torno al signo más convincente del cristianismo y la forma de tener acceso a Cristo en nuestro mundo secularizado sin olvidar las pertinentes reformas en la Iglesia.

         Y las respuestas. El signo más convincente del cristianismo es el propio Jesucristo. A quienes preguntan sobre el cristianismo lo más práctico y efectivo es poner a esas personas en contacto directo con Cristo de una forma realista sobre su persona sin pretensiones de convertir a nadie. El sacerdote y el predicador cristiano que saben lo que traen entre manos han de presentar la figura de Cristo sin pretender convertir a nadie, por la simple y contundente razón de que la conversión es un don de Dios y no el resultado final de un proceso de información eficaz o de adoctrinamiento. El buen predicador propone a Jesús al pueblo para que se encuentre con Él. Si después se produce la conversión, ello será un regalo gratuito de Dios. Como consecuencia de lo anterior, el predicador debe escuchar primero a sus interlocutores y dejarlos en la presencia de Jesús. Esto, dicho por Felicísimo Martínez respecto de la predicación cristianan, es aplicable análogamente a la judaica e islámica. Quiero decir que deben desaparecer el proselitismo, el fanatismo y cualquier forma de predicar la fe en el Dios único, trascendente y personal. La predicación religiosa es una cuestión de realismo, respeto y humildad.

         Sobre el tema de las reformas en la Iglesia Sánchez Caro insistió en que estas se han de llevar a cabo por relación a los principios básicos del cristianismo tal como Cristo los quiso y de acuerdo con los hechos y dichos de su persona. Lo cual significa que las reformas no han de interpretarse como un mero maquillaje de adaptación a los tiempos. Toda reforma supone volver a Jesús y a su Evangelio. Lo contrario podría llevarnos a deformaciones y falsificaciones. En este sentido la Iglesia como institución debe estar siempre en estado de reforma permanente al modo como debemos estarlo los cristianos como personas. La Iglesia, como las personas, también necesita confesarse. Una mujer musulmana hizo una aclaración importante sobre el significado de la Yihad y preguntó sobre la existencia del Limbo. Dijo que no hay que confundir la gran Yihad, que se refiere a la gran lucha personal o guerra con nosotros mismos para superar nuestros defectos, con la pequeña Yihad o guerra santa, que es un significado secundario y degenerado. Por lo que se refiere a la existencia del limbo, pregunta que nadie esperaba, la respuesta se la ofreció José Manuel Sánchez Caro. Le dijo que el limbo no es una categoría del evangelio sino un invento de los teólogos para explicar de alguna manera cómo Dios no puede condenar a quienes no tienen libertad para pecar como son los niños que mueren sin ser bautizados. La señora musulmana quedó muy satisfecha con la respuesta.

         5. La iglesia católica se confiesa

         La sesión de tarde culminó con la ponencia en la que yo mismo glosé el significado teológico y ecuménico del gesto de Juan Pablo II, el 12 de marzo del 2000 en la plaza de S. Pedro, pidiendo perdón por los “pecados de la Iglesia” con motivo del año jubilar del nacimiento de Cristo. Se trata de un gesto único y singular en la historia de las religiones sobre el que remití a mi libro Los pecados de la Iglesia aparecido en el 2002. Pero habida cuenta de la confusión existente acerca de las denominaciones cristianos, católicos, ortodoxos, protestantes y sectas protestantes, me pareció oportuno comenzar mi exposición con algunas aclaraciones para identificar al sujeto de esta confesión de pecados institucionales y las conclusiones que de tal gesto se deducen para el diálogo futuro puesto en marcha en Ávila entre las tres religiones monoteístas.

         1) Aclaraciones conceptuales sobre cristianos y católicos

         De una forma simplificada es obligado referirnos en primer lugar a la denominada comunidad cristiana o Iglesia de Jerusalén a la que eran asociados los nazarenos, judeocristianos y ebionitas. Nazarenos por ser discípulos de Jesús de Nazaret; y judeocristianos por seguir a Jesús de Nazaret pero sin abandonar del todo el lastre del Antiguo Testamento. Los nazarenos eran descendientes directos de la iglesia judía de Jerusalén y que se refugiaron en Pella, al oriente del Jordán, a raíz de la toma militar de Jerusalén por Tito el año 70. Estos judíos eran fieles a las tradiciones de su Pueblo pero reconocían la divinidad de Cristo y otros puntos esenciales de su doctrina. Por esta razón son conocidos como judeocristianos. Son aquellos conversos judíos que seguían vinculados a la Sinagoga y temían ser expulsado por su postura abierta a Cristo como el Mesías. El enfrentamiento de Pablo con Pedro en Antioquia tuvo como telón de fondo la postura de estos judeocristianos que no terminaban de sustraerse al cordón umbilical del Antiguo Testamento, ante lo cual Pablo pensaba que había que cortar por lo sano.

         A raíz de la toma de Jerusalén por el general Tito, tanto judíos como judeocristianos tuvieron que huir. El poderoso fariseo Yohanam ben Zakkay, gozando de la clemencia del invasor romano, se dispuso a reconstruir el judaísmo en la ciudad de Jamnia, lo cual consiguió marginar a los fariseos y saduceos que no eran de su cuerda y hacer la vida imposible a los judeocristianos. Bajo su hegemonía se redactaron las 18 bendiciones del canon de Jamnia a las que se añadió otra, la cual era de hecho una maldición. César Vidal, en su obra El judeo-cristianismo palestino en el siglo I, reproduce el texto según la Geniza de El Cairo, y reza así: “Que los apóstatas no tengan esperanza y que el reino de la maldad sea desarraigado en nuestros días. Que los notsrim (nazarenos) y los minim desaparezcan en un abrir y cerrar de ojos. Que sean borrados del libro de los vivos y no sean inscritos con los justos. Bendito seas tú, Adonai, que abates a los orgullosos”. Esta bendición/maldición iba dirigida contra los apóstatas o judíos que colaboraron con Roma, contra el reino de la maldad o Imperio romano, y contra los notsrim y minim, que eran los judeocristianos. Con la circunstancia agravante de que esta bendición/maldición tenían que proclamarla tres veces al día. A los judeocristianos no les quedaba otra alternativa que maldecirse tres veces al día si querían continuar vinculados a la Sinagoga, o tomar las de Villadiego y marcharse, que es lo que hicieron.  Por otro lado estaban otros judeocristianos llamados ebionitas  Es la palabra hebrea con la que se definió a la  comunidad de judíos creyentes en Jesús, el Cristo, y  significa "pobres". S. Justino el Mártir, allá por el 150 después de Cristo, comenta que existían dos grupos de judeocristianos, los Nazarenos que participaban de la "fe común", pero permaneciendo fieles a las tradiciones judías y los que reconocían a Jesús como Mesías pero sólo como un hombre más entre los hombres. O sea, que negaban su divinidad. A estos nazarenos y judeocristianos los llama ebionitas.  En el libro III de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, a principios del siglo III, puede leerse: "A otros el maligno demonio, no pudiendo arrebatarles de su dedicación para con el Cristo de Dios, se los hizo suyos al encontrarles algún otro punto débil. Los primeros fueron llamados ebionitas  acertadamente, pues consideraban a Cristo de un modo pobre y bajo. Creían que era un hombre simple y común, que iba justificándose a medida que crecía en su carácter y que nació como fruto de la unión de un hombre (José) y de María. Les parecía indispensable cumplir la Ley, como si no pudieran salvarse con la sola fe en Cristo y una vida conforme a ella.

         Además de éstos, existieron otros (otro tipo de ebionitas o quizás los nazarenos) con el mismo nombre que estaban libres de las cosas absurdas de los anteriores. No rechazaban el hecho de que el Señor naciera de una virgen y del Espíritu Santo, pero, del mismo modo que aquellos, no confesaban que ya preexistía puesto que Él era el mismo Dios, el Verbo y la Sabiduría. También volvían a la impiedad de los primeros, principalmente cuando, como ellos, se afanaban en honrar el culto a la Ley escrita. También creían que se habían de rechazar definitivamente las epístolas del apóstol Pablo, al que llamaron apóstata de la Ley, pero hacían uso exclusivo del llamado "Evangelio de los Hebreos", ignorando los demás. Guardaban el sábado como los primeros y toda la conducta judaica, pero el domingo observaban prácticas parecidas a las nuestras en memoria de la resurrección del Salvador. Por esta causa de estos hechos llevan esta denominación, porque el apelativo ebionita expresa la pobreza de su mentalidad, pues los hebreos llaman con ese nombre al pobre". En Hechos, 11,26 se habla por primera vez de los cristianos como sobrenombre de los discípulos de Cristo. Así los llamaban los paganos de Antioquia. En 1P 4,16 se dice que debe ser motivo de vergüenza para los seguidores de Cristo ser acusados por los paganos de homicidas, ladrones o adulterinos. Pero no por ser cristianos o seguidores de Cristo. Está claro que el sobrenombre de cristianos lo acuñaron los paganos para identificar al colectivo social emergente por su vinculación a Cristo. Cornelio Tácito, hablando allá por año 100 del incendio de Roma por orden de Nerón el año 64, dice que tal crimen les fue imputado a los cristianos, los cuales toman el nombre de Cristo.

         Durante los tres primeros siglos de la Iglesia los cristianos solían decir: "cristiano es mi nombre, católico mi sobrenombre" o apellido. El sobrenombre de cristianos católicos aparece en la Carta de Ignacio de Antioquia  A los de Esmirna,7,2 cuando dice:  "Donde está el Obispo está la Iglesia, así como donde está Cristo está la Iglesia Católica" o universal. Es el testimonio escrito más antiguo conocido sobre esta denominación que se remonta al año 110. El término "católico" se utilizó después también para distinguirse los cristianos de otros grupos emergentes que se desmarcaban de la línea original diseñada por el propio Cristo, como los gnósticos. En esta misma línea el término Iglesia se convirtió en el nombre propio para designar públicamente a la Sociedad Religiosa fundada por el propio Cristo en persona.  Pero el año 1050 se consumó el cisma de Oriente. El segmento oriental de la Iglesia Católica, que se separó de la obediencia administrativa del Obispo de Roma como Sucesor de Pedro y se autodenominó Iglesia Ortodoxa bajo la presunción de que sólo ella representaba el proyecto original de Cristo sobre su Iglesia. En el siglo XVI otro segmento de la Iglesia Católica original, ahora en Occidente, se autoproclamó gestor de los asuntos del cristianismo dando lugar a los diversos grupos cristianos conocidos con la denominación genérica de protestantes. Cuando decimos, pues, que la Iglesia Católica se confiesa y reconoce haber cometido errores y pecados nos referimos a la Sociedad religiosa fundada por Cristo, la cual subsiste y persiste hasta nuestros días teniendo como principio de unidad y de administración canónica al Obispo de Roma como Sucesor directo de S. Pedro. Es lo que actualmente se denomina Iglesia católica sin más.  

         2) Los signos de identidad social de las religiones monoteístas y los pecados de la Iglesia

         Las religiones monoteístas tienen sus signos propios de identidad social. Así, los judíos nos remiten a la estrella de David, el cristianismo a la cruz y el islam a la media luna. La Cruz y el amor son los signos de identidad social del Cristianismo. Pero es importante destacar que Jesucristo quiso expresamente que el primer signo social de sus seguidores fuera el amor, cuya expresión suprema se consuma cuando pedimos perdón y perdonamos a nuestros propios enemigos sin distinción de pueblo, raza, cultura o nación. La petición cristiana de perdón no contempla siquiera que sea correspondida. Pero, todo hay que decirlo, tampoco excusa de la prudencia. Ya lo advirtió el propio Cristo aconsejando que no echemos margaritas a los cerdos. No hay obligación de pedir perdón a quien lo desprecia o no lo sabe valorar. Pero aún así no estamos dispensados de poseer los sentimientos y la disposición de pedir perdón a quienes hemos ofendido y de perdonar a quienes nos ofenden. Así las cosas, el Papa Juan Pablo II, antes de protagonizar un acto singular en la historia pidiendo perdón por los pecados de la Iglesia, el 12 de marzo del 2000, al tiempo que perdonaba las grandes ofensas recibidas desde los orígenes hasta nuestros días, ordenó que la Comisión Teológica Internacional realizara un estudio profundo sobre las razones teológicas y humanas que legitimaban su gesto penitencial. Juan Pablo II fue preparando el terreno para que su gesto no pillara a nadie de sorpresa y no fuera causa de escándalo para los pusilánimes. Por supuesto que no hay que echar carnaza a los denostadores profesionales de la Iglesia. Tampoco es justo pedir perdón por los pecados no cometidos, como ocurre con los pecados cometidos por personas que ya murieron. Sin duda que la Iglesia es santa en su fundador y elementos de naturaleza divina que la integran. Pero los hombres y mujeres que la integramos somos de carne y hueso sometidos a la dinámica y química natural del pecado. Por otra parte, el perdón al enemigo es la prueba de fuego de la moral cristiana. Si el judaísmo no está dispuesto a perdonar una tilde de las presuntas injusticias que se hayan cometido a lo largo de la historia contra él, y lo mismo cabe pensar del islam, el cristianismo tiene el deber de mantener la práctica del perdón como su signo más propio y específico de identidad.

         La Iglesia como institución ha reconocido siempre errores y defectos. Pero por exceso de prudencia se había limitado a reconocerlos y a invitar a pedir perdón a Dios a título personal a las personas particulares implicadas en esos errores. Juan Pablo II, siguiendo el ejemplo de Pablo VI y del Concilio Vaticano II, fue más lejos y protagonizó un acto penitencial institucional único en la historia el 12 de marzo del año 2000 con motivo del año jubilar del nacimiento de Cristo. En mi obra Los pecados de la Iglesia (Madrid 2002) pp.166-190, el lector puede ver desarrollado y comentado el significado profundo de esta petición de perdón. En nombre de la Iglesia universal Juan Pablo II recordó de forma penitencial las culpas en el servicio de la verdad, los pecados que han comprometido la unidad del Cuerpo de Cristo, las culpas en relación con el pueblo de Israel así como los comportamientos contra el amor, la paz, los derechos de los pueblos, el respeto a las culturas y de las religiones. Sin olvidar los pecados que han herido la dignidad de la mujer y la unidad del género humano, así como los pecados en el campo de los derechos fundamentales de la persona humana.

         Siguiendo el esquema papal, hago después en mi libro una reformulación del mismo sintetizado en lo que llamo los 10 pecados capitales de la Iglesia: 1)  Haber acusado al pueblo judío de "deicidio". 2) Haber imputado "de facto" la responsabilidad de la muerte de Cristo a todo el pueblo judío de forma indiscriminada en lugar de responsabilizar solamente a las autoridades de turno. 3) Haber respondido a la maldición de Jamnia por parte judía con el calificativo de "pérfidos" en la liturgia de la Semana Santa. 4) Haber imitado en la administración de los asuntos de la Iglesia a las estructuras del Imperio a raíz de la paz constantiniana. 5) La creación de los Estados Pontificios en Occidente convirtiendo al Papa en Jefe político. 6) Haber contribuido al cisma de Oriente con el escándalo de las mutuas excomuniones. 7) La falta de tacto para evitar la ruptura protestante en Occidente. 8) Haber suprimido la libertad de opinión en materia de fe tratando las opiniones teológicas no favorables como delitos sociales de máxima gravedad susceptibles de la pena de muerte. 9) Haber fomentado los nacionalismos eclesiásticos.  10) Abuso de la autoridad y de las certezas teológicas. Este acto tan ejemplar de Juan Pablo II fue recibido con gran admiración por la casi la totalidad de los medios de comunicación mundial. Sin embargo, los teólogos apenas se ocuparon de comentar y deducir las conclusiones prácticas de este gesto de grandeza cristiana. El pedir perdón y perdonar supone una categoría espiritual de muchos quilates de humanidad y tal vez por ello tanto los líderes de las religiones no cristianas como los teólogos cristianos optaron por el mutismo poniendo comprensiblemente al resguardo su mediocridad moral e intelectual. Pero el hecho está ahí como un referente obligado de humanidad sin igual y de auténtica religiosidad. Las conclusiones prácticas de mi intervención aparecen en las reflexiones finales de esta crónica.

         6. El Islam

         La ponencia sobre Los aspectos comunes a todos los musulmanes corrió a cargo del imán de Madrid, RIAY TATARY. Comenzó felicitándose por la oportunidad de poder hablar de los aspectos esenciales del Islam en un lugar tan emblemático como el convento dominicano de Santo Tomás de Ávila donde, por otra parte, existía una pequeña comunidad musulmana.

         a) Los cinco pilares del islam

         1) La confesión de fe en la unicidad de Dios.  No hay más divinidad que Dios y Mahoma es su mensajero. Este es el primero y más importante de los pilares del islam. El musulmán proclama que la divinidad es esencialmente una de tal suerte que no tiene asociada ninguna otra figura con rango de divinidad. De esta forma el islam se desmarca del politeísmo preislámico y del concepto trinitario cristiano de Dios. La creencia sincera en la shahada basta para ser uno considerado musulmán y su profesión de fe ante testigos, tras una ablución, constituye el ritual necesario para convertirse al islam. Pero por sí sola no basta para conducir al creyente al Paraíso. Es necesario también el cumplimiento de las obligaciones de los otros cuatro pilares. Sobre la fe musulmana Tatary matizó algunos puntos interesantes. En realidad el Dios del islam es esencialmente el mismo  que el de los judíos y de los cristianos apuntalando lo de Dios como único incompatible con ninguna otra presunta divinidad. El Corán es su Libro, se cree en la otra vida, se admite la providencia divina como destino aunque no como fatalidad y se acepta a Cristo como profeta así como la existencia de ángeles y genios. 

         2) La oración ritual (plegaria, acto de devoción). Cada musulmán debe rezar cinco veces al día en dirección a La Meca con las abluciones previas. La ablución menor consiste en el lavado de cara, manos, cabeza y pies, y la ablución mayor en el lavado completo del cuerpo. Las mezquitas disponen de un lugar donde realizar este lavado ritual. En caso de no disponer de agua puede practicarse la ablución seca  frotándose con arena limpia. Por otra parte, el islam considera toda la tierra igualmente sagrada por lo que no es necesario realizar los rezos en las mezquitas. Y, por supuesto, la oración se hace en dirección a La Meca, centro espiritual del islam, y dentro de ésta hacia la Kaaba, templete situado en el centro de la mezquita mayor de la ciudad. En  vida de Mahoma se rezaba mirando hacia Jerusalén. La oración consiste en la recitación de determinadas fórmulas y versículos del Corán, acompañada de una serie de inclinaciones.

         3) La limosna o azaque. Los musulmanes deben dar cada año una limosna a las personas más pobres de su comunidad, empezando por familiares y vecinos. Puede hacerse en dinero o en especie. Para efectos limosneros se computan no sólo las rentas económicas sino también el ganado, las mercancías, los minerales extraídos, los frutos y los cereales. La limosna tiene como finalidades limitar la acumulación de riquezas, purificar el alma de la avaricia y la codicia, ayudar a los pobres y necesitados, crear espíritu de comunidad y ayudar a la creación de obras de utilidad pública como escuelas u hospitales. Los beneficiarios de la limosna son, en primer lugar, las personas incapaces de asegurar su subsistencia. También se benefician de ella los recaudadores de la propia limosna, por el trabajo realizado; las personas convertidas recientemente al islam; los endeudados incapaces de hacer frente a sus deudas; los musulmanes que están lejos de sus hogares y no tienen medios para volver y, cuando existía la esclavitud, los esclavos, pues con la limosna se compraba su libertad.

         4) El ayuno de Ramadán. El ayuno o sawm  del mes de ramadán, es una de las características del islam más conocidas entre los no musulmanes. La palabra ramadán designa, fuera de la lengua árabe, más el propio ayuno que el mes. El ayuno se recomienda durante otros momentos del año, pero durante el ramadán es estrictamente obligatorio para todo el que pueda realizarlo. Se efectúa durante todos los días del mes desde la salida del sol hasta su ocaso. Modifica sensiblemente la vida de los musulmanes mientras dura ya que se vive más de noche y la gente se junta para compartir la ruptura del ayuno. Muchos emigrantes musulmanes vuelven a sus países de origen para ayunar con los suyos por considerar que el ayuno es más duro si se está en un medio no musulmán. También cambia la alimentación y se preparan alimentos específicos de gran aporte energético. 5) La peregrinación a La Meca. El musulmán debe peregrinar al menos una vez en la vida a la ciudad de La Meca, siempre y cuando disponga de los medios económicos y las condiciones de salud necesarias.

         b) Aspectos peculiares del islam. En este apartado el ponente recordó la importancia del calendario islámico, de las festividades y conmemoraciones y de  la lengua árabe. En un momento dado matizó que los musulmanes no se denominan mahometanos, por el fundador, ya que Mahoma fue un hombre más y no una presunta divinidad. De ahí que la denominación de mahometanos suene mal en el mundo islámico. Me llamó mucho la atención la importancia atribuida a la lengua árabe. Para los musulmanes el árabe sería algo así como el idioma propio de Dios. Por ello hay que rezar en árabe. Una sacralización del árabe que personalmente me resultó tan chocante como preocupante y poco realista.

         c) La ley islámica o Sharía, legislación y jurisprudencia.  La Sharía (“vía o senda, el camino al manantial”), es el cuerpo de Derecho islámico. Constituye un código detallado de conducta, que contiene también las normas relativas al culto, los criterios de la moral y de la vida, lo permitido y lo prohibido así como las reglas para discernir entre el bien y el mal. La Sharía  Denota el modo islámico de vivir que es más que un mero sistema de justicia criminal. Sharía es un código religioso de vida similar al modo como  la Biblia ofrece un sistema moral para los cristianos. La Sharía ha sido adoptada en buena parte por la mayoría de los musulmanes como una cuestión de conciencia personal. Pero también es adoptada oficialmente como ley por algunos Estados y sus tribunales de justicia velan por su cumplimiento. Muchos países islámicos han adoptado elementos de la Sharía en áreas como las herencias y los testamentos, la regulación de las actividades bancarias y de los contratos. Tatary reconoció que la Sharía o ley islámica tiene actualmente mala prensa y es muy común que se interprete por el mundo no islámico en sentido peyorativo. La verdad es que el sólo pensar que en un país pueda imponerse la ley islámica hace presagiar  lo peor. A pesar de ello el ponente trató de quitar hierro al asunto y, para sorpresa del auditorio, habló de opciones libres y de búsqueda de la libertad dentro del islam.

         d) Los sistemas del islam, la separación de poderes ejecutivos, terminología y ciencias del islam. Dijo, entre otras cosas, que el islam no decide sobre cómo elegir al jefe sino que la comunidad decide sin que el asunto se haya de dilucidar como exigencia religiosa. Me resultó muy sorprendente su modo de hablar de la libertad religiosa y de culto en el islam. Uno estaría inclinado a pensar que hablaba más expresando un deseo personal que como expresión de lo que de hecho ocurre en todos los países islámicos donde la libertad religiosa y de culto es una asignatura dramáticamente pendiente. Dijo que el islam es severo en exigir respeto para la institución familiar. Pero ni siquiera aludió a la poligamia ni a la concepción islámica de la mujer que es otra de las cuestiones rojas del islam. En materia de economía el islam está comprometido contra la usura y el monopolio de los productos alimenticios. Habló de unión del poder ejecutivo y legislativo e independencia del poder judicial. El islam define con terminología propia lo que es verdadero, falso, permitido o prohibido de acuerdo con los principios del islam. En el campo de la ciencia distinguen entre ciencias humanas, tecnología y ciencias del Corán.

         e) Valores y características del islam. Habló de justicia, igualdad y fraternidad, hospitalidad, generosidad y acogida. Todo ello como exigencia religiosa de una presunta igualdad original en la creación por parte de Dios. Habló también de Adán y Eva desde una perspectiva unisexual como fundamento para rechazar el racismo y la desigualdad. La generosidad y solidaridad, la hospitalidad y la acogida en el islam son la expresión adecuada de la gran fe en Dios. Por otra parte, matizó, el islam es universal en el sentido de que ha de ser asumido por la entera humanidad y no sólo por los árabes. De lo cual se deduce que el islam como religión ha de ser impuesta a todos.

         Dijo, no obstante, que el islam es flexible, innovador, equilibrado y comprometido con los derechos humanos. Un ejemplo de flexibilidad: ¿Qué hacer con la fecundación in vitro? Tan sencillo como esto: se estudia el asunto, se acuerdan unas normas y asunto terminado. ¿Derechos humanos? Hizo una apología de la vida y de la libertad sin descender a nada concreto y llegó a decir que, groso modo, la ONU casi imita al espíritu musulmán. Mi capacidad de asombro, después de haber estudiado minuciosamente hace algunos años el proceso de gestación de la Carta de las Naciones Unidas, llegó al máximo razonablemente soportable.  Sobre el diálogo interreligioso no dudó en afirmar que el islam es por su propia naturaleza diálogo entre Dios creador y los hombres y, como consecuencia, de los hombres entre sí.

         Sobre el diálogo del islam con la Iglesia católica el ponente reconoció que hay grupos islámicos que no ven utilidad ninguna en estos diálogos. Otros grupos sólo ven utilidad desde el punto de vista político. A pesar de todo dijo que, en su opinión, la mayoría de los católicos y musulmanes está a favor del diálogo religioso siempre y cuando los protagonistas sean expertos por ambas partes y no estén dirigidos por los políticos. Una base de entendimiento entre católicos y musulmanes sería una buena plataforma de esperanza. Pero había una dificultad de última hora. En aquellos  momentos los políticos hablaban de una “alianza de civilizaciones”. Lo cual nos llevaría a quedarnos todos como estamos y a aceptar a ciegas y sin sentido crítico todo lo que haya en las culturas y civilizaciones. ¿Sería esto un progreso? Tatary insistió en que cristianos y musulmanes tenemos que conocernos mejor y recordó la anécdota de Juan Pablo II cuando la mayor parte de los que le dieron la bienvenida en el estadio de Damasco no fueron cristianos sino musulmanes. Destacó este detalle para poner de relieve la conveniencia del mutuo respeto y comprensión deseable entre cristianos y musulmanes.

         El diálogo nos debe llevar de la mano a la cooperación en la defensa de la naturaleza, creada por Dios, en la solución de los problemas humanos derivados del fenómeno de la emigración y de los derechos humanos en general. Pero ¿y los derechos de la mujer? Contestó sin temblarle el pulso que en el islam la mujer tiene los mismos derechos que el hombre y que sólo hay diferencias funcionales. Para comprender esta afirmación recomendó conocer mejor el Corán el cual está en todo a favor de las mujeres. No en vano las mujeres defendieron siempre a Mahoma. Pero, de hecho, replicó alguien, hoy día esas afirmaciones no se corresponden con la realidad. A lo cual respondió diciendo que en el Corán original no era así y que no debemos asociar los crímenes cometidos por musulmanes particulares al islam como religión. Según él, hay una campaña de mentalización anti-islámica procedente de los Estados Unidos. Pero el problema no es el islam como religión sino los intereses existentes por el tráfico de armas y el trasfondo político y económico que se ha creado sobre estos asuntos principalmente en los Estados Unidos.  Tatary hizo una exposición apologética y triunfalista del islam con afirmaciones muy chocantes aunque reconoció que hay que hablar y tratar de entendernos y que dejaba sin abordar cuestiones que necesitan ser aclaradas relacionadas con la mujer, la discriminación, el extremismo,  la islamofobia y otras cuestiones. Supongo que estaba pensando en la “guerra santa”, la poligamia, la condición de la mujer, la teocracia política o la libertad religiosa. Temas todos ellos sobre los que hábilmente pasó de largo. Al final de su exposición yo tuve la impresión de que Tatary utilizaba dos registros. Uno como imán o líder musulmán con responsabilidad pública, y otro como persona particular que sugiere prudentemente sus propias convicciones. ¿Acertada o equivocada esta apreciación? No lo sé.

         Alguien se apresuró a pedir la palabra para expresar su respeto y admiración por el ponente y los aspectos positivos de su exposición. Pero añadió que, a pesar de todo, le aterraba el solo pensar que su hija se enamorase de un musulmán. Fue una forma retórica de plantear abiertamente la cuestión sobre el trato de la mujer en el mundo musulmán. Tatary trató de tranquilizar a su interlocutor invitándole a que conozca mejor el islam desde dentro. A nadie se le obliga a casarse con un musulmán. Como tampoco hay motivos para que las conquistas de Europa en el campo de la libertad, de la familia y de los derechos humanos en general hayan de ser abandonadas. Con todo, dijo, el proyecto musulmán sigue siendo válido y no es justo renunciar a unos valores para aceptar otros. “Soy luchador por la libertad –añadió – que es la llave de todo lo demás”. Hay que dar tiempo al tiempo. Después de recordar algunas actividades culturales que tienen lugar en su mezquita de Madrid para resolver los problemas de las mujeres musulmanas en España, trató de responder como pudo a la cuestión del terrorismo musulmán. Después de 38 años en España, dijo que consideraba un error tratar a los musulmanes como terroristas. Y se explicó con las matizaciones siguientes.

         Desde el punto de vista islámico los términos fundamentalismo e integrismo van asociados a los principios o fundamentos básicos del islam y no al terrorismo y otras actividades similares. Esta asociación sería de los occidentales, sobre todo de  Estados Unidos, para crear el miedo al islam. Según Tatary, el trasfondo de todo esto hay que buscarlo en los intereses derivados del petróleo y la fabricación de armas. Se crea así al enemigo en provecho propio. Contra esta estrategia el ponente se pronunció abiertamente a favor de la “alianza de civilizaciones”.  Pero ¿por qué el islam no permite construir iglesias cristianas y no mete mano contra la represión religiosa? Son estos temas muy delicados, dijo, remitiéndose a lo que hay en España. Pero reconoció que hay países islámicos anclados en el pasado y los políticos contribuyen a esa situación. En contrapartida, añadió, “como musulmán y como ser humano, defiendo la libertad”. Pero no se pronunció en concreto sobre la libertad religiosa.

         Sobre el tema de la apostasía en el islam dijo que hay que ser valientes evitando la herramienta política. La apostasía se ha utilizado en el islam para desestabilizar la vida. Matizó que tal vez su exposición resultó demasiado idílica pero que no había pretendido vender nada. Sobre la asociación de lo religioso a lo político se pronunció en contra del Estado teocrático si bien la mayoría de los musulmanes son políticamente teocráticos. Por lo demás, los musulmanes aplaudieron en su momento el texto del Vaticano II relativo al islam pero personalmente no comparte el trato que se le da a Mahoma. Alguien lanzó una flecha contra el mensaje idílico de Tataray recordándole que por razones religiosas inspiradas en el Corán actualmente se está machacando a mucha gente en diversos países. Lanzó el balón fuera diciendo que él no podía evitar que tal cosa ocurra en otros países fuera de España. Un musulmán radicado en Ávila intervino diciendo que conviene intercambiar opiniones y dialogar más sobre el islam para evitar los juicios que suelen hacerse en contra por ignorancia. Dijo tajantemente que el islam no impone nada. La poligamia, por ejemplo, no es una obligación sino una solución para evitar el adulterio, y así otros temas polémicos. A pesar de todo, matizó alguien, la mujer está muy sometida y acosada en el islam. ¿Se hace algo realmente efectivo por los derechos humanos de la mujer? Tatary respondió que no podía decir todo pero que nos había hablado desde el corazón y rogaba no prestar demasiada atención a lo que dicen los medios de comunicación sobre estos asuntos así como no universalizar los casos aislados.  

         En la sesión de tarde El P. Emilio Galindo, misionero de los PP. Blancos y veterano interlocutor ecuménico con el islam, dijo que su deber era hablar bien del islam. Para conocer esta religión hay que conocer el Corán por lo que él insiste y aconseja a los musulmanes que hagan una edición crítica del mismo para evitar que su fuente no se contamine y su estudio pueda ser provechoso. La intervención del P. Galindo fue testimonial a favor de las cosas buenas que él ha encontrado en las fuentes genuinas del islam y que resumió en los puntos siguientes. Según él, el islam surgió de la experiencia honda y arriesgada de Dios, la cual constituye la raíz y el impulso permanente del movimiento espiritual puesto en marcha por Mahoma. Por supuesto que Mahoma era analfabeto, como la mayoría de la gente de su tiempo. Pero no un enfermo mental. Para tener una experiencia de Dios como él la tuvo no se necesita saber leer ni escribir. En aquellos tiempos la sabiduría no se asociaba a las letras sino a la experiencia directa de la vida y en relación con Dios. Era una cultura fundamentalmente oral o hablada y no escrita. Lo importante es que Mahoma tuvo una experiencia directa de Dios y su mujer no tuvo la menor duda de ello. ¿La poligamia? La impusieron las circunstancias. Su poligamia es una mediación posterior a su experiencia original de Dios.

         El islam no quiso ser una religión nueva sino el movimiento entroncado en la revelación bíblica con el fin de recordar que no había otra divinidad fuera de Dios a la que el hombre tiene que rendirse totalmente como lo hizo Abraham. Los hombres lo habían olvidado y había que recordárselo cinco veces al día. El islam tiene la misión de hacernos tomar conciencia clara de nuestra condición de criaturas. Sólo somos criaturas. No hay absolutos fuera de Dios. S. Ignacio de Loyola se habría inspirado en Algacel  hablando de la obediencia. El Dios que proclama el islam es un Dios parcial comprometido y comprometedor que hace descubrir el carácter sagrado y único del hombre, en especial con los más pobres.  El islam es rupturista porque puso en tela de juicio el estatuto social y religioso de su tiempo sustituyendo el lazo tribal y de sangre por la fraternidad en la fe sin distinción de raza, color o cultura y dando prioridad a lo ético sobre lo cultural. En los comienzos del islam había este consejo: si os persiguen, id a los cristianos. El islam creó la umma, o sea, una comunidad nueva en la que nadie es más que nadie (sin jerarquía), nadie es intermediario de nadie (sin clero) y nadie tiene poder sobre nadie (laicos). Todos eran considerados iguales ante la mirada de Dios entrañable y misericordioso al que todos deben rendirse.

         El islam se asienta sobre los cinco pilares siguientes:

         La profesión de fe por la que la comunidad islámica se libera de toda idolatría disponiendo a sus seguidores al sometimiento incondicional a Dios como Abraham. Todo el islam es profesión de fe y no idolatría a los valores materiales. Por otra parte la corrección no debe interferir entre el yo y la conciencia. Dijo que en el mundo árabe, aunque parezca lo contrario, mandan las mujeres más de lo que muchos piensan.

         La oración o salat cinco veces al día para mantener el ritmo creador y mantener el contacto con el Dios Vivo a fin de evitar la doble idolatría del yo y de las cosas materiales. La limosna legal o zakat que enseña a romper la violencia de la propiedad privada teniendo en cuenta que los bienes de este mundo son de Dios y para todos. Mediante el ayuno o sawm se aprende el sentido exacto de las cosas y permite adquirir una ternura nueva y universal por todo lo creado. Por la peregrinación o hayy tomamos conciencia de exiliados, de “ser otra parte”, de no tener ni poder ni “patria” ni en el ego, del que tenemos que salir, ni en las cosas de las que estamos de paso, porque rotundamente somos de Dios y a Él volvemos”.

         En el islam hay numerosos místicos o sufíes, hombres incómodos para el islam oficial, a quienes les basta Dios como Amor y Amigo en el mundo. No poseen nada en propiedad ni son poseídos por nada. Por sus frutos son conocidos. El islam ha puesto de pie en actitud creyente a muchos millones de hombres y mujeres. Buenos y malos, santos y fanáticos, hospitalarios y desconfiados, pobres y ricamente esclavos de las cosas. Hombres y mujeres más dispuestos a morir por la religión que a fiarse de Dios, como ocurre en todas las religiones que olvidan que Dios no es monopolio de nadie, ni de ninguna religión, gueto religioso o teología tribal.

         El islam está más allá de toda religión y recomendó la reflexión sobre un texto del murciano Ibn ARABI (1165-1240), que dice así: “Hubo un tiempo en que yo rechazaba a mi prójimo si su religión no era como la mía. Ahora mi corazón se ha convertido en el receptáculo de todas las formas: es pradera de las gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y  de peregrinos. Tablas de la Ley y Pliegos del Corán. Porque profeso la religión del Amor y voy a donde quiera que vaya su cabalgadura, pues el Amor es en mi credo y mi fe”. El P. Emilio Galindo terminó remitiendo también al siguiente texto emblemático del Vaticano II (Nostra aetatae, 3) sobre los musulmanes: “La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús  como profeta, aunque no le reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión, defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y libertad para todos los hombres”.

         Luego tomó la palabra Montserrat Abumalham, que  habló del islam como especialista en fenomenología del hecho religioso. En tal sentido dejó muy claro desde el principio que Mahoma tuvo una experiencia espiritual indiscutible y que recibió la iluminación profética. Como consecuencia de lo cual su personalidad sufrió una transformación profunda. Pero  llegó el momento crítico de su muerte y sus sucesores se encargaron de administrar esa presunta revelación de forma antagónica. Tanto que muy pronto surgieron al menos dos bandos interpretativos: los sufíes y los chiítas, con el triunfo de los primeros. A partir de este momento en el terreno político surgió el Estado islámico aunque no necesariamente teocrático. Y como ocurre en todas las religiones, se produjo también una ritualización, con lo cual se produjo cierta deformación del significado original del islam imponiéndose el cumplimiento de normas muy estrictas de conducta (los valores islámicos: limosna, hospitalidad etc) con una proyección radicalmente trascendente.

         Como dije antes, la comunidad de los chiítas fue la gran perdedora hasta el punto de ser éstos perseguidos. Es el denominado “martirio intra-islámico” de los primeros tiempos del islam. Por otra parte, sólo en el islam chiíta cabe hablar de jerarquía y clérigos. Luego el islam derivó hacia la política asociando el régimen político a la divinidad. No obstante surgieron las luchas por conseguir cuotas de poder con menoscabo del referente superior de orden divino. De hecho, los textos religiosos islámicos dan pie para todo, incluida la guerra. De ahí que la tensión entre el poder político y el religioso en el islam haya sido constante y permanente. Pero esa tensión, destacó la ponente, no se ajusta al islam religioso original. En los estudios sobre el fenómeno de las religiones se pone mucho énfasis en los mediadores y las mediaciones que repiensan e interpretan el proyecto original de sus fundadores. Esto se refiere a las personas que toman la antorcha de los fundadores y a las instituciones religiosas. El caso de Mahoma y el islam no fue una excepción y de ahí la conveniencia y necesidad de retrotraernos al proyecto original de Mahoma modificado en parte por sus intérpretes e instituciones islámicas posteriores.

         La ponente hizo un “excursus” crítico sobre los imperios británico y francés. Estos, según ella, han dividido el mundo caprichosamente en civilizados e incivilizados. De ahí que la denominada “Alianza de civilizaciones” lo único que consigue es sancionar ghetos previamente establecidos en lugar de ayudar a comprender mejor las diversidades. Sobre todo olvidan que la fe y la religión deben tener su expresión adecuada en la vida pública en clave de respeto y amor. La fe religiosa, como el amor entre las personas, es algo que se elabora día a día de acuerdo con la demanda de los demás y la capacidad de rectificar cuando fuere menester. De la breve e interesante intervención de Montserrat Abumalham cabe deducir que hay que recapturar el proyecto religioso original de Mahoma, manipulado por sus sucesores y mediaciones, y al mismo tiempo reconocer en la vida pública contemporánea la importancia trascendental del fenómeno religioso. Sobre el tema de las conversiones religiosas el P. Galindo dijo que los musulmanes que se conviertan a Jesús no tienen por qué abandonar las estructuras religiosas musulmanas. Su posición hace pensar en los judaizantes de la primera comunidad cristiana de Jerusalén con los que S. Pablo cortó por lo sano. Hay que estar agradecidos a las estructuras religiosas pero sin menoscabo de la conversión a Dios sin dejarnos acosar por esas estructuras en las que intervienen poderosamente las mediaciones. Por otra parte, se tiene a veces la impresión de que las tres religiones monoteístas conducen con facilidad al fanatismo religioso. Sin olvidar tampoco que hay experiencias religiosas sospechosas de estar más cerca de lo patológico que de lo normal.

         Montserrat Abumalham se dio por aludida y contestó del modo siguiente. La propensión al fanatismo religioso no es patrimonio exclusivo de las religiones monoteístas ya que la encontramos también en otros movimientos religiosos y no religiosos modernos bien conocidos. Lo que sí es cierto también es que en los momentos de crisis profundas las religiones monoteístas tienden a replegarse en determinadas situaciones. O sea, que la derivación fanática viene de situaciones personales y sociales de crisis y no de la naturaleza propia del monoteísmo religioso. Tampoco se puede negar que hay manifestaciones religiosas de signo patológico. Eso es inevitable. Pero hay otras como la religiosidad de Teresa de Jesús, por mencionar un caso emblemático en la ciudad de Ávila, que más bien corroboran la tesis contraria a favor de la sensatez y la racionalidad. No se puede olvidar que el materialismo tiende a interpretar siempre lo religioso como algo patológico. Pero hoy día esta interpretación resulta menos seria y razonable que nunca. El sentido religioso, como el amor, forma parte de la estructura esencial del hombre. No somos sólo biología. Por otra parte, el mundo árabe pre-coránico no era escrito sino oral. De ahí que lo de menos es si Mahoma sabía o no leer y escribir. El Corán es para ser contado de palabra y hablado, coloquial y no escrito. Es una institución chiíta y no sufísta.  Por lo que se refiere a la politización del islam, la ponente destacó que en Irán, por ejemplo, existe un debate interno sobre si el Gobierno debe ser teocrático e integrado por clérigos musulmanes. En cualquier caso se recomienda a los estudiosos no confundir el desarrollo del islam como religión con la historia política del islam. A la pregunta sobre la relación entre el Dios de la mística y el de la teología musulmana, la ponente se excusó de responder remitiendo a la audiencia a un libro suyo de próxima aparición. En cualquier caso, añadió, el islam está profundamente marcado por la experiencia del desierto. En el desierto, o se cree en Dios único o se muere uno de terror ante la grandeza de tal espectáculo de la naturaleza.

         Después de una jornada de elogios para el islam, destacando casi exclusivamente los aspectos presuntamente positivos, Felicísimo Martínez intervino como moderador con la siguiente matización: hasta ahora sólo la Iglesia católica ha hecho autocrítica y ha reconocido errores. ¿Por dónde va la autocrítica interna en el islam? Montserrat respondió que ha habido autocrítica en el seno del islam pero se tiene la impresión de que los jóvenes no están por la labor. Con otra particularidad, y es que esos que llevan a cabo la autocrítica no son hombres de religión sino escritores en general. Además con un problema añadido. Esos escritores críticos tienen cortadas las alas de su libertad de expresión y sus críticas no son dadas a conocer mediante traducciones a otros idiomas fuera del árabe. Lo mismo cabe decir de los profesores en los centros de enseñanza. La autocrítica en el islam existe pero encuentra muchas dificultades para su divulgación. En resumidas cuentas, que los críticos del islam carecen de la adecuada libertad de expresión para manifestar sus opiniones. 

         7.  El diálogo interreligioso en el mundo actual para garantizar un mundo mejor

         Este fue el título de la ponencia conclusiva, a cargo del joven padre de familia y prestigioso profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, D. José Mª Pérez Soba. Recordamos algunas ideas troncales de su entusiasmada e interesante intervención. En su opinión, el diálogo interreligioso resulta imprescindible en un mundo globalizado como es el nuestro. No se puede mirar ya para otro lado desde el punto de vista educativo como si el diálogo interreligioso fuera un elemento culturalmente exótico. Vivimos en una sociedad abierta y muy diversificada a causa del fenómeno migratorio y el influjo de los medios de comunicación. Hasta tal punto que cada cual se las arregla personalmente para encontrar el sentido a su existencia consultando directamente a esos medios marginando a las instituciones religiosas tradicionales. A través de los medios de comunicación de masas se ofrecen muchas respuestas de sentido diferentes hasta el extremo de poder afirmar que no se reconoce el monopolio del sentido a ninguna institución religiosa en particular. El tema del diálogo interreligioso no es un tema más entre otros sino un desafío de capital importancia, un tema troncal del sistema educativo.

         Por otra parte, el contexto actual del diálogo interreligioso es conflictivo. Entre otras razones porque tenemos que vivir en una sociedad abierta, globalizada y multicultural al mismo tiempo, en la que están en juego las identidades de los diversos grupos sociales y de las diversas creencias religiosas. En este caldo de cultivo encuentran el terreno abonado los grupos fundamentalistas con lo que el diálogo se hace más difícil. Las civilizaciones decaen sin fondo religioso, y cuando esto ocurre emergen los radicalismos y fundamentalismos. Como diría Huntington, que cada grupo religioso o cultural defienda su identidad frente a los demás y asunto terminado. Es la dialéctica del choque de civilizaciones. En el diálogo interreligioso, además, nunca se parte de cero sino que hay que contar con el peso de la historia y las heridas abiertas. Ahí están las guerras del pasado y las del presente, la intolerancia y hasta las agresiones violentas entre los creyentes. Aún en nuestros días los medios de comunicación nos informan de persecuciones sibilinas y de muertes atizadas por motivos religiosos. De ahí, insistió el ponente, que no sea posible todavía un diálogo interreligioso desde el irenismo y la ingenuidad. El diálogo no es una estrategia para imponer a los otros los propios intereses y puntos de vista sin apertura a la verdad. Cuando esto ocurre el fracaso está servido.

         En el diálogo interreligioso hay muchos factores a tener en cuenta. Por ejemplo, que el hecho religioso es como una energía que afecta profundamente a toda nuestra personalidad, lo mismo para el bien que para el mal. De ahí también la sospecha de que la religión, incluidas las religiones monoteístas, pueda ser considerada como fuente necesaria de violencia. Las religiones monoteístas corren el riesgo de ser absorbentes y totalizadoras. Por ello, el diálogo debería ser más intra-religioso que interreligioso. Más dialogal que ejecutor de reglas previas. El ponente echó en falta una teología positiva de las religiones y apeló a la autocrítica desde la relatividad de sus proposiciones sin caer en el relativismo,  como si todo valiera lo mismo. El diálogo interreligioso ha de ser “bilingüe” tratando de escuchar previamente al otro para llegar a su corazón o mundo de sus sentimientos. Los actores o sujetos de este diálogo son las instituciones religiosas, por supuesto, pero sobre todo las personas. El ponente habló de diálogo interreligioso en el plano intelectual, espiritual y práctico. Esta última modalidad supone o implica amor al interlocutor del diálogo. Los cristianos en particular debemos tener presente que cuando escuchamos al otro escuchamos en alguna medida al Espíritu Santo. La Iglesia es docente, sin duda, pero también discente. Enseña y aprende al mismo tiempo. Por último, hay que evitar tanto el anticlericalismo como el culto al laicismo y tratarnos y apreciarnos como personas razonables y responsables. La irracionalidad hace que el diálogo resulte prácticamente imposible. El ponente insistió mucho en que urge en nuestros días una buena educación para el diálogo interreligioso desde la más tierna infancia si bien las perspectivas de futuro inmediato no son satisfactorias. A pesar de ello, hay que seguir en la brecha del diálogo sin descanso hasta la eternidad. Esto significa que el diálogo no termina nunca ya que nos hace caminar hasta las fronteras del  misterio que late, a su modo, en todas las religiones.

         Del diálogo que tuvo lugar en torno a la ponencia cabe destacar las matizaciones siguientes. Alguien llamó la atención sobre el riesgo del angelismo en el diálogo interreligioso. Tal ocurriría si el diálogo se convirtiera en un mero intercambio de opiniones sin tocar a los dogmas. Hay cosas, dijo el ponente, que en el diálogo interreligioso no son negociables. Por ejemplo, el terrorismo islámico que se ha puesto de moda. Frente a  los fundamentalismos asesinos hay que ser duros sin poner en tela de juicio a la religión como tal. Una cosa es la religión y otra el uso que unos u otros puedan hacer de ella. No se puede poner a Dios por medio para matar. Por otra parte, existen también otros fundamentalismos no religiosos o laicos, como el materialismo marxista o el nazismo. De ahí las cautelas que se han de tomar para no caer en el irenismo y la ingenuidad en el diálogo interreligioso. No es tan bonito como puede parecer y se impone el realismo. En todas las religiones hay dogmas, o sea, unos mínimos intelectuales que no hay que confundir con determinadas doctrinas eclesiásticas. Los dogmas como principios o presuntas certezas de base ayudan a llegar al corazón de Dios. Por eso no se intercambian como las opiniones sino que debemos aprender a hablar de ellos con corrección. Los dogmas, por tanto, no han de ser aceptados con la mentalidad de eso que se ha denominado “fe del carbonero”. Para el diálogo interreligioso es indispensable que cada una de las partes conozca bien los dogmas de sus interlocutores.

         La representante de la comunidad islámica de Ávila dijo que tenía la impresión de que todas las alusiones que se venían haciendo al islam eran atacantes como si hubiéramos olvidado que no fueron los musulmanes quienes mataron a Cristo. Y matizó que había que ir más lejos. No importa cómo llamar a Dios. Cada religión tiene sus prácticas religiosas pero el Dios del islam no es distinto del Dios de los judíos y de los cristianos. Hay que cuidar mucho de no sacar las cosas de su contexto, como cuando se dice, por ejemplo, que, según el islam, se puede pegar a la mujer y cosas semejantes. Según ella, el diálogo interreligioso entre las religiones monoteístas ha de partir del Dios común a las tres religiones desde el amor. Esto es lo común que hay que primar en lugar de centrar la atención en las particularidades. El ponente respondió que en principio estaba de acuerdo con esta propuesta pero sin olvidar que también se dicen cosas distintas de Dios en las tres religiones monoteístas. La ignorancia es mala consejera por lo que se ha de evitar lo más posible decir en nombre de la buena voluntad disparates sobre Dios así como ser complacientes con prácticas religiosas degeneradas o fuera de toda razón. Alguien interpeló preguntando si la religión no es un obstáculo para el diálogo intercultural. Por ejemplo, cuando, por motivos religiosos, se exige al padre que no hable con el profesor de sus hijos, se impone una manera de vestir a las mujeres y de relacionarse con los hombres y tantas cosas más. La respuesta del ponente fue breve y tajante. Todos esos obstáculos no proceden propiamente de la religión islámica. Para la buena marcha del diálogo interreligioso con el islam hay que separar lo cultural de lo religioso.

         Felicísimo Martínez matizó aún más sobre este asunto diciendo que el diálogo ha de ser consistente cuando se toma en cuenta los aspectos que son comunes a las tres religiones monoteístas, pero siendo conscientes al mismo tiempo de las particularidades y diferencias existentes. De lo contrario el diálogo podría convertirse en un mero entretenimiento o forma de pasar el tiempo. No podemos olvidar que, a punto ya de concluir nuestro histórico encuentro de Ávila, sólo la Iglesia católica se ha confesado mientras que el judaísmo y el islam han hablado sólo en sentido triunfal. ¿Hay autocrítica en el interior del islam? Se ha dicho que sí, pero muy débil y silenciada. Por ello hay que ir más lejos exigiendo que tanto el judaísmo como el islam se pongan siquiera al mismo nivel de autocrítica de la Iglesia católica.  No hubo dificultad en aceptar esta propuesta por parte de los ponentes. Sí, hay diferencias importantes en las tres religiones monoteístas y no hemos de tener miedo a hablar de ellas. Hay que hablar de esas diferencias incluso asumiendo el riesgo de no llegar a un acuerdo. Es necesario incrementar la autocrítica en el seno de las comunidades judías y musulmanas sin olvidar que, por encima de todo, lo importante es querernos, como se ha puesto en evidencia en la celebración de este encuentro pionero, celebrado en un lugar tan emblemático históricamente como la ciudad de Ávila y el monasterio de Santo Tomás. Felicísimo Martínez, en calidad de Director del  Encuentro, concluyó diciendo que estaba encantado por el mero hecho de haber convertido en realidad la idea de celebrar este evento protagonizado por pensadores del cristianismo, judaísmo e islam. Hemos dado un paso adelante, dijo, y es urgente continuar en esta línea conociendo nuestras homologaciones y nuestras diferencias mediante el diálogo inteligente y amistoso. La autocrítica en el seno de las tres religiones monoteístas debe conducirnos al diálogo fraterno y a la reconciliación.

         8.  Reflexiones críticas

         El análisis que se hizo del hecho religioso como una realidad personal y social, que no puede ser marginada ni condenada al ostracismo, me pareció magistral. Eso de que los asuntos religiosos han de permanecer en la trastera de la intimidad sin manifestaciones externas es un tópico manido, sobre todo desde la revolución francesa, que no puede mantenerse activo sin algún tipo de violencia. Explícita o implícitamente las creencias y los sentimientos religiosos influyen más de lo que algunos piensan en la vida social y política de nuestro tiempo. De ahí la necesidad de tenerlos en cuenta en lugar de silenciarlos o reprimirlos.  En las ponencias sobre el judaísmo y el islam pudo apreciarse una tendencia  muy marcada hacia el fideísmo. Tanto en la exposición como en las discusiones se acentuó el enfoque místico e inocente sin contar con el uso de la razón para la solución de las cuestiones más fuertes y apasionantes. Sólo se hizo alguna alusión de paso y en sentido negativo como si la fe fuera un asunto exclusivo de sentimientos al margen de la razón, con lo cual no estoy en absoluto de acuerdo. No obstante, insisto, en casi todas la intervenciones de los ponentes se afirmó y reconoció sin complejos la existencia y presencia de Dios en la vida humana frente a la indiferencia religiosa y el ateísmo reinante, lo cual tiene un valor testimonial indiscutible.

         Respecto a la intervención de Manuel Reyes Mate no me resisto a hacer las siguientes matizaciones. Al decir que se ha impuesto Grecia sobre Jerusalén olvidó el apasionante problema FE/RAZÓN planteado abiertamente por vez primera por Maimónides, al que siguieron los teólogos cristianos y los árabes después. Por algo la cultura occidental se ha definido siempre como judeo-cristiana. El judaísmo ha estado y está presente entre nosotros más de lo que parece y no sólo en el contexto religioso.  En la descripción de las particularidades del holocausto tengo la impresión de que la comprensible emoción le llevó a exagerarlas por relación a otros grandes genocidios como los llevados a cabo por algunos regímenes marxistas de desgraciada memoria y feliz desaparición. Muchos supervivientes de los tormentos y de las masacres llevadas a cabo por algunos regímenes comunistas podrían describir su situación con los mismos rasgos patéticos con los que Reyes Mate describió el holocausto judío. En los genocidios y brutalidades de los regímenes marxistas más extremos se buscó igualmente el olvido de cualquier rastro o memoria de los exterminados y también se hablaba de un antes y un después del exterminio de personas, pueblos, historia, fronteras y culturas. Por esta razón creo que la pretensión de monopolizar el dolor humano mediante el holocausto me resulta es emocionalmente comprensible pero objetiva y razonablemente bastante discutible. No basta decir emotivamente que el holocausto es una aberración humana imposible de explicar a la luz de la razón. Por el contrario, yo creo que es perfectamente explicable el uso perverso de la razón que tiene lugar en cualquier forma de masacre humana contra cualquier pueblo aunque no sea el judío. Desde el punto de vista psicológico no es difícil explicar que los seres humanos puedan llegar a cometer atrocidades de este calibre. Hoy más que nunca cabe espantarnos de la irracionalidad nazi respecto del pueblo judío desde la genética más autorizada que descalifica cualquier pretensión racista. Es esta una lección que hemos de aprender todos, incluidos los judíos fanáticos y excluyentes que todavía existen.

         Por otra parte, tampoco se puede exagerar  el presunto “deber de memoria”. La memoria es una facultad muy frágil que se pierde de forma natural y es inútil pretender imponer el recuerdo de ciertos acontecimientos pasados por importantes que ellos sean. Si ya el recuerdo selectivo y constante de cosas agradables termina cansando, cabe pensar que mucho más cansará el recuerdo insistente y forzado de acontecimientos tan deleznables como el holocausto judío. La psicología humana tiene  sus leyes y cuando no se respetan se produce el efecto contrario de lo que se pretende. Hay muchas cosas del pasado que más que recordadas merecen ser olvidadas. El denominado “deber de memoria” respecto del holocausto puede convertirse en una coacción moral en toda regla, con lo cual el remedio podría resultar tan malo como la enfermedad. La experiencia enseña que las injusticias del pasado son como cierta basura, que cuanto más se la revuelve peor huele. Pienso que la memoria del holocausto sólo es aconsejable si con ella se busca la reconciliación y la mejor comprensión entre las generaciones futuras. Si, por el contrario, lo que se pretende es atizar el rencor y el instinto justiciero de venganza, mejor es que tales injusticias queden sepultadas en el olvido de los archivos históricos.

         Para terminar me parece oportuno insistir en la necesidad de la autocrítica y libertad de expresión religiosa en el seno de las religiones monoteístas. En primer lugar la Autocrítica institucional, por analogía con el examen de conciencia personal. Una institución que tiene miedo a reconocer sus errores para rectificarlos termina haciéndose sospechosa de falta de seguridad. Como consecuencia, se suple la falta de razones con el recurso abusivo a la autoridad de los líderes. El judaísmo y el islam tendrían que revisar su propia conciencia histórica reconociendo los errores cometidos en el pasado con el propósito de evitar que se sigan cometiendo en el presente en lugar de educar a las nuevas generaciones en el resentimiento y la venganza en nombre de Dios o de la justicia humana. La Iglesia Católica ha dado un paso adelante muy significativo en este sentido pero en amplios sectores del judaísmo, y más aún del islam, esta forma de conducta sigue siendo una asignatura pendiente sin que haya indicios apreciables de cambio a corto ni medio plazo.

         Libertad de expresión religiosa personal. Lo cual significa que los fieles o seguidores de las tres religiones monoteístas puedan expresar razonable y respetuosamente sus opiniones personales sobre los asuntos de sus credos respectivos sin miedo a ser castigados, marginados o perseguidos por las autoridades religiosas. Todos los que ejercen la autoridad en cualquier orden de la vida tienen tendencia a pensar que por el mero hecho de poseer la autoridad les asiste automáticamente la razón. Cosa que desmiente la experiencia más elemental de la vida, y los líderes espirituales de las tres religiones monoteístas han caído y siguen cayendo con frecuencia en esta tentación. Para evitar estos extremos pienso que sería muy saludable que existiera una mayor comprensión entre los teólogos y el magisterio de los líderes religiosos respectivos. En este sentido los teólogos y fieles de una confesión religiosa deberían aprender también a reconocer al magisterio de sus autoridades la misma libertad de expresión crítica que ellos se conceden a sí mismos para criticar al magisterio institucional. Es deseable y necesaria una mayor tolerancia mutua por amabas partes.

         Libertad religiosa inter-confesional. Ninguna confesión monoteísta debería prohibir a sus fieles buscar en otras confesiones religiosas la verdad sobre Dios y el sentido de la vida siguiendo los dictámenes de su conciencia. Y menos aún castigar o perseguir a los que se "convierten" a una u otra confesión monoteísta. Pocas cosas parecen razonablemente tan inaceptables como invocar el nombre de Dios para castigar o maltratar a alguien por obedecer honradamente a los dictados de su conciencia en la búsqueda de Dios de una forma libre y responsable. Cabe pensar razonablemente que la Sinagoga, la Iglesia y la Mezquita tienen la grave obligación de dar ejemplo público de libertad, respeto mutuo y paz social en nombre del único Dios que proclaman, en lugar de atizar el rencor, la intolerancia y hasta el odio entre sus seguidores dejando a Dios en el peor lugar. Las autoridades religiosas, insisto, deben reconocer el derecho natural de sus fieles a emigrar de una confesión a otra bajo su exclusiva responsabilidad en la búsqueda de la verdad sobre Dios y el sentido de la vida. Por último, la pérdida de la fe y las “conversiones” de una confesión monoteísta a otra jamás deberían ser tratadas como delitos punibles sino como expresiones legítimas de libertad responsable.

         Los promotores principales de esta nueva mentalidad deben ser los propios líderes religiosos. Lo cual supone un gran esfuerzo por su parte para dar mejores ejemplos a sus seguidores en lugar de reforzar la incomprensión y la intolerancia irracional a través de los siglos invocando caprichosamente el nombre de Dios. La gran dificultad sobre esta cuestión estriba en que sicológicamente, como he dicho antes, los que ostentan la autoridad tienen la inclinación a creer que por el mero hecho de tener la autoridad tienen automáticamente la razón en todas sus apreciaciones y decisiones. Los líderes religiosos más honestos y razonables, sin embargo, no reprimen la legítima libertad de conciencia y de expresión pública de sus fieles sino que la promueven. La cuestión es cómo convencerlos de que dicha promoción de la libertad de conciencia tiene más ventajas que la represión.

         Entre esas ventajas personales y sociales cabe destacar: 1) La pérdida del miedo a Dios y al compromiso libre y responsable con la fe en un Dios personal comprometido con la felicidad humana. El ateísmo reinante tiene mucho que ver con la mala imagen heredada del judaísmo, cristianismo e islam. Muchos tienen la impresión de que la fe religiosa en estas religiones es presentada como una forma más de opresión por parte de sus líderes religiosos. 2) La creación de un contexto social y cultural más favorable para el respeto a la vida humana, la paz y la solución de las injusticias en el mundo actual. En los ambientes donde hay libertad de expresión sin miedo a ser castigados, marginados o perseguidos, es muy frecuente oír decir que las tres grandes religiones monoteístas son en buena parte responsables históricas de la intolerancia, de la incomprensión y de las guerras que han asolado al mundo occidental. Esta afirmación es excesiva e injusta. Pero no cabe duda de que la causa de los derechos humanos estaría mejor servida si los creyentes en el Dios único y personal diéramos mayor ejemplo de respeto entre nosotros mismos. 3) La creación de un ambiente más favorable para el perdón como método para resolver conflictos personales y sociales. Esto contribuiría más eficazmente a mejorar la mala imagen de las tres religiones monoteístas en el mundo contemporáneo. Creo sinceramente que el gesto de Juan Pablo II en nombre de los cristianos, protagonizado el 12 de marzo del año 2000, podía ser un buen punto de referencia de cara al futuro diálogo inter-confesional con vistas a potenciar la esperanza de felicidad prometida a todos los que con buen corazón buscan al Dios de Abraham y Moisés, de Mohammad y de Jesús de Nazaret. Y como consecuencia, a la esperanza de felicidad de la entera humanidad. 

         El encuentro de Ávila en julio del 2007 fue un éxito por el mero hecho de que algunos líderes religiosos importantes de las tres religiones monoteístas aceptaron hablar a corazón abierto de sus convicciones religiosas sin complejos ante una sociedad indiferente y a veces hostil a los valores religiosos que dignifican la vida humana. Fue un éxito también por la forma amistosa, cordial y entrañable en que se desarrollaron las ponencias y las discusiones a que dieron lugar. Al final todos nos sentíamos felices de habernos encontrado y expresarnos mutuamente los mejores de nuestros sentimientos. En Ávila no se trataron las cuestiones más duras y conflictivas que han enfrentado en el pasado a las tres religiones monoteístas. Pero quedó abierta la posibilidad de que, estimulados por la experiencia feliz de este encuentro, esas cuestiones pudieran ser abordadas en encuentros sucesivos.

         9. Noticias esperanzadoras

         Poco después del encuentro en Ávila, en octubre del mismo año 2007, se difundió la grata noticia de una Carta de 29 páginas enviada por 138 sabios islámicos al Papa Benedicto XVI, al Arzobispo de Canterbury y otros líderes religiosos. Uno de los cuatro signatarios británicos, el profesor Aref Ali Nayed, dijo que fueron necesarios “casi tres años para lograr ese consenso sin precedentes". La elaboración del escrito fue organizada por el Instituto Aal al-Bayt para el Pensamiento Islámico con sede en Aman. En declaraciones a Radio Vaticano, el cardenal Tauran dijo que se trataba de un documento nuevo muy interesante firmado por musulmanes chiíes y suníes, y que podía ser considerado como un signo de esperanza. Las tres grandes convicciones contenidas en la carta son que Dios es único, que nos ama, que nosotros debemos amarle y que Dios nos llama a amar al prójimo. 

         Sobre esta base compartida con los cristianos los 138 sabios musulmanes expresaron su convicción de que, habida cuenta de la presencia cristiana y musulmana en el mundo actual, la paz y el bienestar de la humanidad depende en gran parte del buen entendimiento entre musulmanes y cristianos. Es interesante constatar la coincidencia de puntos de vista entre el encuentro de Túnez en mayo de 2007, protagonizado por la Universidad de Túnez, nuestro encuentro de Ávila y el enfoque de esta Carta dirigida al Papa y otros líderes religiosos. Estos y otros acontecimientos de la misma naturaleza se sucedieron en diversas partes del mundo lo que supuso un balón de aire puro para seguir trabajando con ilusión en la línea de libertad de expresión responsable adoptada en Ávila sin renunciar a la objetividad y el realismo de la vida.